Luis Echeverría rescató y difundió por el mundo, junto a doña Esther Zuno, el mexicanismo en su más amplia expresión
“Me voy a morir pronto”, me dijo con voz firme el Lic. Luis Echeverria .
El sol brillante de Cuernavaca iluminaba la habitación y el rostro de Don Luis. Era el 6 de marzo del 2020. Me había llamado por teléfono para que fuera a verlo.
“Te quiero agradecer en mi nombre y el de mi familia los textos que has escrito a cerca de tu amiga Ma. Esther y de mi persona , no quiero irme sin agradecerte porque pronto me voy a morir”.
Su voz retumbó en mis oídos y me estremeció.
Me recibió en su recámara, sentado en un sillón, muy erguido, vestía pantalón beige, zapatos café y guayabera de lino blanco, impecable, como en los buenos tiempos.
Con esa mirada profunda que a través de sus antiparras me escudriñó como queriendo penetrar en mi cerebro.
Al licenciado Echeverria lo conocí siendo secretario de Gobernación. Su presencia y su voz fuerte siempre me impresionaron. Tenía la estatura de un estadista.
En esa recámara, con camas gemelas, dormía Don Luis. Nos acompañaba en esa ocasión Pablo, su hijo que vive en Cuernavaca también.
Llegue con una gelatina de maracuyá que le gustaba, y un libro acerca de mi paisano Pancho Villa como obsequio.
Después del saludo con un abrazo y un beso en la mejilla me increpó: “Cuéntame tu historia”. Le pregunté si disponía de mucho tiempo porque era larga, a lo que me contestó “la mía es más larga” y agregué: “Pero más interesante que la mía y sello con una carcajada”.
De pronto insistió en “me voy a morir pronto” ahí, señalando con su índice derecho una amplia terraza rematada con un enorme árbol de magnolias en flor. “Ahí me voy a morir pronto por eso necesitaba verte”.
Con voz ahogada le dije: “Usted no se va a morir nunca”.
Estábamos frente a frente, yo bebía con ansias un vaso con agua, tenia la boca seca, ante ese encuentro tan distinto a tantos y tantos tuvimos a lo largo de muchos años.
Él había apadrinado mi generación de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en 1971.
Meses después de la graduación, el presidente Echeverría me invitó, junto con otros cuatro condiscípulos a que lo acompañáramos en su viaje oficial a Japón y cumpliendo con el estricto protocolo de ese país, más tradicional que el de Reino Unido, viajamos en el mismo avión que él, en un Aeroméxico acondicionado, entonces no había avión presidencial, y asistimos a la cena que el emperador Hiroito ofreció al jefe de Estado mexicano, a su esposa y una reducida comitiva.
Por cierto que el único viajante que no quiso asistir a la cena en Palacio Imperial, fue Alfredo V. Bonfil, líder de la CNC, quien rehusó vestirse de gala.
Echeverría rescató y difundió por el mundo, junto a doña Esther Zuno, el mexicanismo en su más amplia expresión.
Incansable en el trabajo, Don Luis se daba licencia pata convivir con la familia; la amiga Ma. Esther, su compañera de vida, mujer admirable y auténtica, sus ocho hijos, una nuera y su nieto que lleva el nombre de Luis Echeverria Alegría, hijo de Luis Vicente y Rosa Luz Alegría.
Cuando terminó su periodo presidencial, durmió hasta la última noche en Los Pinos.
Ya se había hecho la mudanza de los muebles y enseres, todo de tipo mexicano que eran de su propiedad, y dejaron los muebles que antes llenaban los espacios donde se habían alojado en el pasado, numerosos jefes de Estado y de Gobierno.
Una tarde, la compañera Má. Esther me pidió que fuera a Los Pinos, estaba muy triste y agobiada por el secuestro de su padre, Don Guadalupe Zuno, y mientras esperaba noticias sobre la liberación de su padre, uno de los personajes más importantes en su vida, dicho por ella, me condujo a su recámara y el el buró tenía a la vista un libro: Cartas a la Novia, de Víctor Hugo y me dijo, vamos a leerlo, este libro me lo regalo Echeverria cuando éramos novios.
Caminamos hasta un pequeño salón llamado “el salón Colina”, ubicado en la planta baja de la residencia y, en una de sus paredes, lucía un cuadro enorme en el que aparecía toda la familia, incluida Rosa Luz Alegría. Nos pusimos a leer y de pronto aparece el presidente, llegaba de una gira y pregunta: ¿qué leen? Y al unísono contestamos: Cartas a la Novia de Víctor Hugo, a lo que repone: mejor lean la Carta de los Derechos y deberes Económicos de los Estados; y nos reímos los tres.
De regreso a su casa de toda la vida, en la calle de Magnolia en San Jerónimo, las visitas disminuyeron, era obvio, ya don Luis Echeverria no era presidente.
Luis Echeverría Álvarez era un hombre sumamente disciplinado en todo lo que hacía. Se levantaba muy temprano, aunque hubiera trabajado hasta tarde y nadaba, jugaba tenis y leía los periódicos. A las 8 am empezaba a desayunar.
Nunca dejé de visitarlo, aún cuando cumplía con la prisión domiciliaria me invitaba a desayunar (yo procuraba llegar 10 minutos antes de la hora, pero siempre me ganaba. Él ya estaba en la mesa.
Era de muy buen comer. Para abrir boca tomaba un tarro de café en leche o chocolate bien cargado y un pan dulce, de preferencia una concha, luego fruta y después lo fuerte del almuerzo .
Si me invitaba a comer me dejaba salir hasta las 10 u 11 de la noche luego de recibir a embajadores o amigos y cenar, claro siempre ordenaba que me pusieran mi morral con comida.
Si su figura y su mirada eran imponentes, la calidez y la generosidad lo eran también.
Varias veces le pregunté si ya había escrito sus memorias o si las estaba escribiendo y siempre me contestó que no, él no escribiría sus memorias.
Cuando cumplió 100 años, el 17 de enero de este 2022, le dediqué unas líneas que se publicaron; luego recibí con prontitud su agradecimiento y para mi sorpresa, me dijo que había dado instrucciones para que ese texto lo integraran a su archivo personal. Me sentí muy honrada.
Con 100 años encima, Luis Echeverría Álvarez gozaba de absoluta lucidez, memoria clara, informado y cultivaba sus aficiones como el cine y la literatura.
Sus alimentos eran los de una persona mayor, pero siempre en el menú iba un platillo mexicano.
El viernes 6 de marzo de 2020 recordamos el viaje en el que coincidimos 10 años atrás, el 6 de marzo de 2010, había muerto Don Luis Colosio Fernández, padre de Luis Donaldo, el candidato asesinado, cuando abordó el avión, para ir a Hermosillo, acompañada de mi hijo Ángel Chazaro, me topé con la mirada intensa del expresidente, ocupaba el asiento A de la fila 6 en clase turista, lo acompañaban dos asistentes. Me acerqué a saludarlo y me pidió que me sentara junto a él. No paramos de platicar en todo el trayecto.
Al llegar a Hermosillo tomamos un vehículo que nos conduciría a Magdalena. Tuvimos que hacer una parada para comer y fue una delicia ver cómo disfrutaba de una machaca con tortillas de harina y un suculento corte de carne.
Al llegar a Magdalena nos dirigimos a la Presidencia Municipal donde se rendiría homenaje de cuerpo presente al que en tiempos pasados ocupara la alcaldía de su tierra natal, don Luis Colosio.
El alcalde acudió a recibir al licenciado Echeverria y le ofreció su oficina para que tomara un descanso, pero eso no iba con el expresidente, se hizo una larga fila de personas que querían saludarlo. Ante esa situación me pidió que tomara los nombres y direcciones de cada uno que saludaba, sin querer, me había convertido en su asistente, cosa que honró mucho. Cuando regresó a CDMX, Echeverria envío una tarjeta de agradecimiento a cada uno que se acercó a saludarlo.
Acto seguido, descendimos al patio central del edificio donde ya se encontraba el féretro de Don Luis Colosio. Montamos guardia de honor y de ahí nos dirigimos al campo santo en medio de un viento gélido, propio de Magdalena, a despedir al finado y luego dar sus condolencias a doña Ofelia Murrieta, ya viuda de Colosio, y al resto de la familia.
Fue un día muy especial para mí; un Don Luis se iba y otro Don Luis lo despedía, ambos personajes importantes en mi vida.
Volviendo al 6 de marzo del 2020, en su recámara soleada , fluía la conversación tocando distintos temas. Su mirada penetrante y voz firme me convencían de nuevo que estaba frente a una leyenda.
Luego la pandemia me impidió verlo más, sólo escucharlo cuando lo llamaba para felicitarlo en fechas especiales.
Cuando le tocaba la segunda vacuna contra el COVID-19, el licenciado Echeverria decidió acudir al Estadio de Ciudad Universitaria y se formó en la fila correspondiente. El rechazó el ofrecimiento de vacunarlo en su domicilio. Dijo tajante: “Hay muchas personas que no pueden acudir y merecen ser atendidas en su domicilio, yo sí puedo ir a donde sea necesario”. Y puntual, acudió al centro de vacunación, en silla de ruedas, portando sombrero de paja , sus antiparras y cubrebocas espero paciente su turno .
Tenía 99 años entonces y había superado un virus que contrajo hacía 20 años, en un Mercado en China, donde había comido. Era un virus desconocido que le costó innumerables estudios médicos para vencerlo, superó varias neumonías y otros tropiezos de salud, además de llevar un marcapasos.
Cumplió 100 años y 6 meses de vida plena. Se fue con la historia en la mano .
Le sobreviven cinco de los ocho hijos que procreó con Doña Ma Esther Zuno. Ellos son: María del Carmen, María Esther, Pablo, Benito y Adolfo, 20 nietos y 15 bisnietos.
El “me voy a morir pronto”, que me estrujó hace dos años cuando de frente me lo dijo y nos despedimos con dos besos en la mejilla y otro en la frente, me quedaron tatuados en la memoria.
Hoy ya sus cenizas descansan en una urna elaborada hace varios años por un artesano guanajuatense, Gorky González, junto a su compañera de vida , Ma. Esther Zuno, y su hijo Rodolfo, en su casa de toda la vida, en la Calle de Magnolia en San Jerónimo, casa que fue granja también y escuela donde don Luis y doña Ma. Esther educaron a sus 8 hijos.
Luis Echeverria Álvarez, el rostro de un siglo, un hombre irrepetible. Descanse en Paz.
¡Digamos la verdad!