
“Lo que sea que surja, obsérvalo libremente, sin fijarte”, de pronto una brisa suave comenzó a soplar, trayendo consigo una sensación de inquietud
Diez días, una práctica intensiva de introspección que busca la purificación de la mente y la transformación personal a través del silencio y la meditación, marcan una forma de percibir el mundo distinto. Es descubrir más allá de lo que uno creía conocer sobre sí, entender los mecanismos defensivos que se han gestado para poder sobrevivir.
Frente a una pared de ladrillos, descubrí que pertenezco al ejército de los azules, esos seres que habitan en el mundo del hacer, distrayendo mi esencia original, ocupando la mente, colocando hasta el hartazgo un deber tras otro, mientras todo lo demás sucede.
La permanente actividad, siempre en búsqueda de un perfeccionamiento para la ejecución, encontrando herramientas para ser más efectiva, más asertiva en la resolución de problemas, lleva a un funcionamiento neurótico para sentir que merezco la existencia, y que si no hago, entonces creo que me diluyo, que voy desapareciendo en una neblina de a poquitos, en una agonía indescriptible que roza la propia muerte.
Vaya complejidad, pues el sufrimiento que se genera con la frustración cuando no es posible la excelencia, cuando uno comete errores, o cuando el cuerpo enferma y uno no puede hacer nada, es terrible. De pronto, todo se aligera cuando un insight se hace presente y se descubre que no, que uno no desaparece cuando para. Y es que nada permanece ni siquiera un instante. Ese es el regalo más grande que se puede recibir después de un retiro de silencio; abrazar la impermanencia.
He tenido la oportunidad de asistir a diferentes tipos de retiros, muchos de tipo religioso y de cada uno he podido aprender algo que me abre un camino distinto, me ayudan a quitarme el peso que cargo en los hombros, y regresar siempre más ligera.
“Estamos cubiertos por nuestra confusión y ella nos afirma en nuestra neurosis, en el silencio, en la práctica de la meditación, se abre la posibilidad de reconocer nuestra naturaleza para descubrir la presencia abierta, dejar el autoengaño y poder observar las cualidades de bondad, y la ternura que habitan dentro”. Nos dice la voz que nos guía durante estos 10 días. “Esta forma de meditar no está enraizada en una técnica, pues esta no es tan importante, es experimentar lo que somos, mientras nos volvemos amigos de nosotros mismos, y así comenzar un un viaje sin retorno”.
En el budismo tibetano hay una palabra llamada, bardo que es un estado intermedio entre la vida y la muerte, y entre la muerte y el renacimiento. Literalmente significa “estado intermedio” o “estado de transición”. Así que cuando logré sostenerme ahí por unos segundos apenas, antes de distraerme con alguna otra cosa, se fue tejiendo un cuento:
En una Gompa sentado frente a la pared, meditaba un hombre que entraba en los sesenta, en la postura de Padmasana (Postura del Loto), encontrando molesto cada pie sobre el muslo opuesto, enfrentado a la poca flexibilidad en las caderas y en las rodillas. El zafu y la esterilla acolchada le eran incómodos, ninguna postura lograba aliviarlo. El dolor se fue haciendo presente en la espalda, en las nalgas y en las piernas, a medida que el duro entrenamiento lo iba doblegando.
Gran parte del trabajo lo hace el cuerpo, por lo que la postura, los gestos y la actitud son focos centrales de la atención.
Una ventana mostraba un tranquilo jardín, donde la luz del sol alcanzaba el suelo, el sonido de los pájaros se mezclaba con el ruido del viento sobre las hojas de los grandes árboles, generando un ambiente calmo, resguardado de las calurosas tardes.
Buscaba respuestas a las preguntas que lo atormentaban, ¿será que podría parar? Llevaba una vida llena de ocupaciones, de quehaceres siempre urgentes, importantes, de cosas que resolver y sobre todo, estando atento a ser siempre eficiente. Había hecho de la perfección un anhelo, y con ella un fardo que llevaba sobre los hombros a donde iba.
Su respiración comenzaba a ser una con los otros 24 que se encontraban en el retiro, el buscar la maestranza siempre le había permitido ser altamente competitivo, así que no se iba a rendir, aunque el cuerpo le doliera, aunque la mente lo estuviera torturando con su “no vas a poder, esto no es para ti”.
La atención es la piedra angular para la introspección. Inhalar, exhalar, estar atento en la salida del aire por las fosas nasales, permite dirigir la atención ahí, a ese momento. La voz del maestro se le escurría entre los oídos: “La atención es una práctica, simple y directa, no hay que hacer nada, cambiar nada, crear nada, es solo tomar conciencia de lo que está frente a nosotros”.
Como le costaba, por más claras que eran sus instrucciones, se perdía por momentos escuchando apenas algunas cosas. Los pensamientos se arremolinaban, recuerdos, proyecciones de la mente, imágenes, conversaciones, historias que no paraban. Es verdad, ese es su trabajo, todo ocurre en la mente y ésta configura lo que experimentamos.
Al cuarto día de no hablar con nadie, de no voltear a ver sus caras al cruzarse en los pasillos, en el comedor y en los jardines, sentía que ya no podía, comenzaban a ebullir emociones de frustración que lo doblegaban; “será que tendré que regresarme, derrotado, cabizbajo”.
Peleándose con sus elucubraciones, sintiendo el cuerpo ardiendo de incomodidad y de una frustración enorme cuando el maestro decía, ”la meditación consiste en descansar de una forma relajada” y el ceño se le fruncía, porque no había manera de estabilizarse en un estado de paz.
Mientras estaba de nuevo sentado frente a la pared, unos 30 minutos después de haber empezado la cuarta meditación del día, un desfile de hormigas entró al salón y comenzó una lucha campal, “será que me paro, que voy por una escoba, que las empujo, si no me quito me van a picar.”
“Lo que sea que surja, obsérvalo libremente, sin fijarte”, de pronto una brisa suave comenzó a soplar, trayendo consigo una sensación de inquietud.
Una figura se apareció ante él. La instrucción era clara, no fijarse, pero decidió desobedecer. Por alguna razón no se asustó, su mente le jugaba muchas veces estos juegos donde aparecían personajes, inventados o reales. Pero este era Mara.
En la narrativa budista, aparece como un ser que tiene como función intentar evitar que Siddhartha Gautama (Buda), alcance la iluminación. Un demonio que trae consigo tentaciones y miedos, buscando desviar su práctica, un semidiós azul, con piel grasienta, traía una corona de cráneos humanos, tres ojos, seis brazos y una sonrisa enigmática. Ha dejado su elefante afuera y ha dejado que sus serpientes se vayan al jardín.
Se ha colocado junto a él “¿Qué haces aquí, buscas respuestas?”, preguntó, y su voz resonó como eco en el aire. El hombre quitó la mirada del Bodhisattva esa que es compasiva, conocida como “Bodichitta”, que el maestro les había enseñado. Una invitación a mantener el corazón despierto y alineado con la compasión y la vacuidad que está presente en todos los seres sintientes, frente a ese espacio entre uno y el suelo.
Volteó a ver si alguien lo estaba viendo, si lo habían escuchado, pero no, todos seguían sin moverse. Así que se dio cuenta que era producto de su imaginación, pero que ya que estaba ahí, igual podría aprender algo. “Busco entender como mi forma de ser en constante movimiento puede ser fuente de un gran sufrimiento, pues si no hago, siento que no existo, y quisiera saber como liberarme de esa necesidad.”
Mara esbozó una sonrisa suave, él alcanzó a atisbar un poco de condescendencia en el rabillo de uno de sus ojos. “El sufrimiento es una parte esencial de la vida. Intentar escapar de él es como tratar de huir de tu propia sombra.” Le dijo en tono pausado.
“Pero ¿no dicen que la iluminación, esa que buscamos todos aquellos que queremos meditar, está ligada a la idea de liberarse del sufrimiento? ¿No fue eso lo que vino a enseñar el Buda?”
“Ah… la búsqueda de la iluminación”, dijo Mara, acercándose. “Pero, ¿qué pasaría si te dijera que el sufrimiento también tiene su propósito? Es él quien te enseña y te transforma. Sin él, no conocerías la alegría, como sabes lo que es saciarte, si nunca has tenido hambre.”
Frunció el ceño. “Pero vivir así es agotador, la fuente de mi sufrimiento está en esta sociedad del cansancio que hemos construido, donde ser eficiente es el valor mayor, donde si produces, existes; en verdad lo que necesito es encontrar como estar de otra manera.”
“¿Y eso es?”, inquirió Mara, con curiosidad. “¿Es la ausencia de dolor o el entendimiento del dolor mismo?”
Se detuvo a pensar y le preguntó: ¿Será que la idea es aceptar el sufrimiento y aprender de él, en lugar de luchar contra él, aceptar que es parte de la naturaleza humana, y que cuando aparece uno puede salirse de sí mismo y convertirse en un observador, y después en otro observador del que observa para poder parar?”
“Exactamente”, afirmó Mara, sus ojos brillando con intensidad. “El verdadero desafío es enfrentar el sufrimiento con otra mirada. Al hacerlo, te liberas de su control.”
“Por ejemplo hace unos minutos el cuerpo te estaba generando un verdadero problema, las hormigas te eran amenazantes, pero, aunque el dolor está ahí y las pequeñas están buscando comida, el no tener la mente en eso, todo disminuye su intensidad ¿no?
“Con cada meditación, con cada reflexión, observa tus pensamientos sin juzgarlos. Permitirles fluir, o puedes envolver tus pensamientos en pompas de jabón y reventarlas para que se disuelva el contenido. Quizá así podrás ver la verdad detrás de ellos”, explicó Mara.
Asintió, pero sintió una mezcla de emoción y temor. “Trataré, pero ¿y si no puedo?”
“Eso también está bien”, respondió Mara con una sonrisa. “El camino hacia la comprensión está lleno de tropiezos. Son las veredas andadas lo que va tejiendo la experiencia de estar de otra manera, no la meta”.
Con esas palabras, Mara comenzó a desvanecerse en el aire, dejando tras de sí un suave resplandor azul. El elefante y las serpientes también se fueron con él.
Sonó el cuenco había pasado más de una hora, nuevamente apareció el dolor del cuerpo, pero podría ser que este apareció para algo ¿una depuración?, quizá. El retiro fue un regalo que puede permitir que ahora pueda estar enfocado en lo que realmente importa. Ahora sabe que es mucho más que su frenética actividad, que no va a desaparecer, y que quizá ahora toda esa energía puesta ahí, pueda usarse para abrir el corazón, salir al encuentro de los otros, estar atento a lo que en verdad importa.
Fin
Quizá Mara tiene tintes de monstruo, pero yo lo convertí en maestro, me gusta imaginarlo así.
Mientras escribo me doy cuenta qué extraño esos días de silencio, la incomodidad de mi cuerpo, la comida vegana, me cuesta meditar sola, estoy consciente que sigo siendo la misma que está haciendo cosas, pero estoy pasando momentos de profunda calma abstraída de lo que pasa, un día como hoy que me siento mal, puedo descansar y no llegan pensamientos amenazantes que me sacan de la cama.
DZ
Nota al margen: Gracias a Sergio Valeda por su acompañamiento durante estos días de profunda introspección, en el retiro La Flor del Silencio, en Cuautla, fue un gran regalo. Los conceptos de mi escrito fueron tomados de su maravillosa guía. A Evania su compañera, gracias por su dulce presencia y a Montse, Carmen y Gaby por hacerlo posible. Sin la presencia y el trabajo de quienes nos atendieron con tanto esmero, no hubiera sido posible parar el tiempo.