
Escribir es un arte solitario, un milagro que brota a tientas, donde el papel se convierte en un espacio para perderse y encontrarse en cada frase
Queridos lectores, colegas y amigos del periódico:
Hoy me despido de este espacio que, por casi seis años, fue mi refugio, mi lienzo y mi hogar. En agosto habría cumplido seis años ininterrumpidos de escribir cada lunes en la sección de Vida y Estilo del periódico digital de López-Dóriga, un privilegio que atesoraré siempre. Este rincón no fue solo un lugar para plasmar palabras, sino un cobijo para la expresión, un regalo inmenso que me permitió tejer historias, viajar en el tiempo y compartir reflexiones que enriquecieron mi vida y, espero, también la de quienes me leyeron.
Lunes tras lunes, mis manos se convirtieron en una fuente de agua que, con cada palabra, dio forma a relatos sobre personajes históricos, libros, películas, ideas olvidadas y momentos que han moldeado mi mapa del mundo. Busqué siempre esas historias poco conocidas, esas chispas de inspiración que, al ser contadas, invitan a la reflexión y despiertan la curiosidad. Cada párrafo fue una oportunidad para descubrir, para ser curiosa y para dejar que mi creatividad fluyera libremente, sin ninguna barrera.
Escribir es un arte solitario, un milagro que brota a tientas, donde el papel se convierte en un espacio para perderse y encontrarse en cada frase. Es un oficio que necesita una imaginación galopante, un refugio para escapar de una realidad a veces aplastante. Escribir es también una enfermedad nacida de la impotencia, un modo de suturar las heridas de una mente inquieta, de dar forma al mundo irreal que habita en quien empuña la pluma. En cada renglón, uno se enfrenta a sus propios pantanos interiores, vaciándose y reconstruyéndose una y otra vez. En este espacio, escribir fue mi manera de dialogar con el mundo, de tejer historias que, semana tras semana, encontraron eco en ustedes.
No siempre fue fácil. Hubo momentos de sequía en los que encontrar una historia se volvía un desierto, un desafío que parecía insuperable. Pero, de pronto, sin saber cómo, la inspiración brotaba de nuevo, y cada viernes, sin falta, entregaba mi artículo. Sé que a muchos de ellos les faltó algo, como siempre siente quien es tan estricto consigo mismo. Sin embargo, aprender a soltar, a dejar de buscar la perfección y a confiar en lo que mis palabras podían ofrecer, fue uno de los mayores regalos que este lugar me dejó.
A ustedes, lectores, mi más profundo agradecimiento por acompañarme en este viaje, por permitirme entrar en sus vidas con mis historias. A Adriana, quien me abrió las puertas de este espacio y me dio esta hermosa oportunidad, mi gratitud eterna. A Adán y Víctor, quienes con paciencia y dedicación corrigieron y dieron vida a mis artículos, un reconocimiento especial por su apoyo incondicional. A todo el equipo del periódico digital de López-Dóriga, gracias por permitirme hacer lo que más amo: plasmarme a pedazos, a ratos, en la riqueza de descubrir y compartir.
Esta experiencia ha sido bellísima, un capítulo imborrable en mi vida. Aunque hoy dejo de colaborar aquí, seguiré escribiendo, pues lo que hilvana en mí cada frase, cada palabra, no deja de pulsar. Continuaré tejiendo historias, analizando películas y libros, y nunca dejaré de preguntarme si lo que escribo me define más y más cada día. Me despido con el corazón lleno de gratitud, llevando conmigo el regalo de haber sido parte de este espacio y la alegría de haber tejido, junto a ustedes, un tapiz de historias que seguirá vivo en nuestra memoria colectiva. Que estas palabras sean como semillas que, en algún rincón del tiempo, florezcan en nuevas historias.
Con cariño y agradecimiento,
DZ (Claudia Gómez)