Qué bueno que alguien le dijo que tan sólo en lo que va de agosto nuestra moneda ha perdido más de un peso frente al billete verde
Si en alguno de los mensajes previos a la presentación de su primer informe de gobierno el presidente Andrés Manuel López Obrador pensó en presumir, como lo ha hecho durante todo el año, la fortaleza del peso frente al dólar, qué bueno que alguien le dijo que tan sólo en lo que va de agosto nuestra moneda ha perdido más de un peso frente al billete verde, ¡y que ya está en 20!
La obsesión de presentar la paridad peso-dólar como sinónimo de éxito o de fracaso de una administración parecía asunto olvidado durante este siglo, hasta ahora que la 4T retomó la bandera cambiaria como sinónimo de logros alcanzados, quizá por la falta de otros indicadores económicos que festinar.
Es más fácil que un político mine la fortaleza de la moneda a que la eleve. Lo vimos con la cancelación de la construcción del aeropuerto en Texcoco y el espanto que eso generó entre los inversionistas. Y la realidad es que hasta hoy no ha habido una sola medida del actual gobierno a la que se le pueda atribuir cierta apreciación cambiaria.
Ahora, sí hay quien dentro de este país puede influir de manera directa en que el peso se deprecie más, o no, y es el Banco de México con su política monetaria.
El banco central, y su bendita autonomía, no está casado con un nivel de paridad cambiaria. No determina su política monetaria con base en un determinado nivel de paridad del tipo de cambio.
Si el dólar se encarece por una decisión monetaria, pero el traspaso a la inflación es bajo, Banxico no se tocará el corazón para hacer menos caro el dinero.
Ahora, puede darse un cambio armónico de la política monetaria mexicana que no implique una depreciación mayor. Si los principales bancos centrales del mundo, empezando por la Reserva Federal, entran en una dinámica de baja en las tasas de interés, ante la baja en la actividad económica, puede el Banco de México acompañar esa política monetaria laxa con sus propias bajas sin depreciar al peso.
Son, en buena medida, los flujos de capital los que alteran esas variables cambiarias. Si una moneda tiene altos rendimientos con un riesgo aceptable, como el peso, entran recursos y aprecian la moneda. Pero si repentinamente los refugios favoritos, como el dólar de Estados Unidos, otorgan rendimientos atractivos y con riesgos muy bajos, los inversionistas no lo piensan mucho y abandonan a monedas como la nuestra a su suerte.
Y claro, más allá del calculado juego monetario están todos los imponderables, empezando por esa peligrosa arma de destrucción masiva que es la cuenta de Twitter de Donald Trump.
No se le ve margen a la moneda mexicana para regresar a esos niveles que presumía López Obrador, incluso por debajo de 19 pesos por dólar, apenas hace un mes. Tampoco debería ser un asunto de preocupación masiva que estén los dólares tan caros.
Si este gobierno cuida el diseño del Paquete Económico para el 2020, ayudará a una paridad estable. Si se logra la ratificación demócrata en Estados Unidos del T-MEC, podría ganar algo de terreno el peso frente al dólar. Pero todo lo demás tiene que ver con las condiciones globales monetarias, comerciales y geopolíticas que nos resultan incontrolables.