Hay peligros que pueden acercar la estabilidad económica a un precipicio.
Cuando la economía mexicana se derrumbó a finales de diciembre de 1994, la tabla de salvación para evitar una crisis mucho más profunda fue Estados Unidos, de varias maneras.
De entrada, el número de emigrantes aumentó de forma notable durante los años posteriores a esa crisis. Las tasas de desempleo locales expulsaron a cientos de miles de personas y el retorno de miles de millones de dólares en forma de remesas permitió la supervivencia de familias completas.
En materia comercial, el recién estrenado Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) permitió que muchos productos entraran a ese mercado libre de aranceles y a precios muy bajos.
Como sea, la moneda había pasado de un muy sobrevaluado nivel de 3 pesos por dólar a cotizaciones que alcanzaron los 8 pesos en pocos meses. Había una ventaja cambiaria en el intercambio.
Y una destacada tercera vertiente del rescate estadounidense a México fue el préstamo que, personalmente y brincándose a su Congreso, hiciera el presidente estadounidense, Bill Clinton, de 20,000 millones de dólares el febrero de aquel 1995.
No se trató de un acto para emular a la madre Teresa por parte del presidente demócrata, era la garantía de que con esos recursos México no caería en suspensión de pagos, muchos de los cuales se tenían que hacer a inversionistas estadounidenses, incluido el propio gobierno.
Además, la garantía para soltar esos recursos era el equivalente de la renta petrolera mexicana. Al final fue el negocio de la vida para Estados Unidos, que a la vuelta de poco más de dos años recuperó hasta el último centavo, con una gran tasa de interés y de paso había salvado el pellejo de sus vecinos del sur.
Y desde México no podía haber otra cosa que agradecimiento al gobierno de Clinton por una acción tan políticamente arriesgada de su parte.
Si recordamos el origen de aquella crisis en diciembre de 1994, se debió a la mala coordinación entre los gobiernos entrante y saliente. El que se iba dejaba la economía frágil y el que llegaba resultó totalmente incompetente para reencausar el camino desde esa orilla del precipicio. Y eso que se trataba de dos gobernantes del mismo partido.
Hoy la economía goza de una muy buena salud macroeconómica. No tiene nada que ver con los riesgos innecesarios que se corrieron en los años 90. Pero sí hay un par de peligros potenciales que pueden acercar de vuelta la estabilidad de la economía mexicana a ese precipicio.
El riesgo mayor es que descarrilen las negociaciones del TLCAN. Es razón suficiente para que la economía mexicana pueda volver a quedar prendida de alfileres. Y si quien llega a la Presidencia no tiene la pericia suficiente, puede tirar la estabilidad económica lograda por el retrete.
Pero hay algo más, del otro lado no está el pragmático Clinton que entendería perfecto la importancia de ayudar a contener el derrumbe al sur, del otro lado está Donald Trump.
¿Alguien quiere apostar a que el republicano ayudaría a México a salir rápido de una crisis, en el entendido de que si no lo hace se podría traspasar a su país?