Ayer se cumplió el primer aniversario del inesperado triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Aunque Trump no ganó el voto popular, el sistema electoral americano le permitió acceder a la presidencia con el voto de millones de americanos que han quedado rezagados económicamente y que han manifestado su repudio al … Continued
Ayer se cumplió el primer aniversario del inesperado triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Aunque Trump no ganó el voto popular, el sistema electoral americano le permitió acceder a la presidencia con el voto de millones de americanos que han quedado rezagados económicamente y que han manifestado su repudio al establishment, al que responsabilizan de crear un nivel de desigualdad económica nunca antes visto en Estados Unidos.
La balanza se inclinó para Trump en estados críticos y típicamente manufactureros como Michigan, Wisconsin, Pennsylvania —que tradicionalmente habían sido bastiones demócratas— así como Ohio, Indiana y Iowa. Esto fue una señal inequívoca de que los votantes de la clase trabajadora blanca vieron en Trump y su retórica nacionalista-populista una esperanza para mejorar su nivel de vida.
Sin embargo, Trump y el partido Republicano también se beneficiaron con el voto de aquellos que emitieron su sufragio como un rechazo a Hillary Clinton y a favor de los valores económicos y sociales que representa el Partido Republicano a pesar de Trump.
Aunque el voto duro de Trump se ubica en las clases media-baja y baja de raza blanca con niveles de escolaridad bajos, también hubo electores de clase media-alta y alta con niveles de escolaridad altos que votaron por el Partido Republicano ante la expectativa de un recorte en los impuestos.
A pesar de que el ascenso de Trump al poder abrió un nuevo capítulo de incertidumbre económica con repercusiones potenciales muy importantes para la economía de Estados Unidos y sus principales socios comerciales, los mercados han tenido un desempeño muy positivo y la actividad económica en Estados Unidos se ha robustecido.
Aunque la administración Trump pretenda argumentar que esto se debe a las acciones que han tomado durante su primer año de gobierno, la realidad es que tanto la actividad económica como los mercados tenían una inercia muy positiva desde el último año de la administración del presidente Obama.
Sin embargo, hay que reconocer que la expectativa de una reforma fiscal enfocada en reducir el impuesto sobre la renta a las empresas de 35 a 20% sí ha sido un factor positivo para los mercados accionarios.
El buen desempeño de la economía y los mercados también es una consecuencia de que el establishment del Partido Republicano ha logrado, hasta ahora, evitar que la administración Trump detone una guerra comercial al implementar medidas proteccionistas como lo prometió en su campaña.
Hasta ahora, la única decisión comercial de importancia ha sido el retiro de Estados Unidos del TPP. No obstante, Trump y sus representantes comerciales han presionado a sus socios comerciales con la absurda obsesión por reducir el déficit comercial con el resto del mundo, argumentando que dicho déficit es consecuencia de acuerdos comerciales que toman ventaja de Estados Unidos.
A pesar del buen desempeño económico y de los mercados, la administración Trump puede presumir pocos avances en su agenda de gobierno.
Fuera del nombramiento de un juez conservador a la Suprema Corte de Justicia y la presentación de una iniciativa para bajar los impuestos, así como la nominación de un sucesor en la Reserva Federal aceptable para los mercados, el gobierno actual ha tenido más fracasos que éxitos (incluyendo la fallida abrogación y sustitución de la reforma del sector salud implementada por Obama), a pesar de que el mismo partido controla las dos cámaras legislativas y el poder ejecutivo por primera vez en muchos años.
El riesgo de un golpe de timón en temas comerciales ha disminuido desde hace un año, pero no ha desaparecido y podría acrecentarse si la administración llega a sentirse acorralada en otros frentes.