Lo anterior no es otra cosa que el síndrome al culto de la personalidad: un fenómeno masivo de fanatismo, adulación y obediencia a un individuo que se ha erigido líder de un movimiento o de un estrato social
El 4 de marzo pasado, en su primer discurso ante el Congreso de EU, el presidente de los dedos regordetes, el cabello enmarañado y la mentalidad desorientada, alias Donald Trump, dijo con la altivez y jactancia que lo caracteriza: “Muchos han afirmado que el primer mes de nuestra presidencia es el más exitoso de la historia de nuestra nación. Y lo que la hace más impresionante es que… ¿saben quién es el número dos? George Washington. ¿Qué les parece? Apenas con 43 días en el poder y ya, según su megalomanía, estaba en el primer lugar del Top Ten de la historia estadounidense.
Pero del dicho al hecho hay mucho trecho y decir pares y salir nones, les ocurre a los mamones, y si de refranes se trata: cae más pronto un hablador que un cojo y de que la perra es brava hasta los de casa muerde. Seis días después de su egocéntrico discurso, los traspiés económicos cometidos por el orate anaranjado resultaron con nefastas consecuencias económicas. Ahora podrá presumir que únicamente le bastó su perturbada lengua para tirar las bolsas de valores del mundo y poner de cabeza el mercado.
Trump es un engreído insoportable al que le importa poco que por sus impertinencia se haya llevado entre las patas las empresas tecnológicas de sus cuates Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerber, que reportaron perdidas millonarias. Muy amigos, muy amigos, pero los valoró menos de lo que Ricardo Monreal valoró a la presidenta Sheinbaum. Cuando el dinero entra a escena la amistad hace mutis. Los tres magnates están a un dólar de decirle: “córtalas” al insolente anaranjado, aunque éste, para quedar bien con su secuaz Musk, le haya comprado un Tesla —no se sabe si al contado o sólo dio el enganche—, y habrá que esperar un tiempo pertinente para ver si no lo devuelve pretextando una falla mecánica o que gasta mucha electricidad.
Es el momento en que nadie sabe a qué le tira el autócrata neoyorkino. La imposición de aranceles y su correspondiente posposición de un mes no ha traído beneficios para ningún país, vamos, ni siquiera para Estados Unidos. Las treguas arancelarias de 30 días no funcionan, sobre todo si se rompen, como rompió la del acero y el aluminio, antes de que culminara el plazo que él mismo propuso.
Enfermo de poder, no acepta la crítica y desconoce la autocrítica. Inclusive ha llegado a sentirse rey. Aprovechó la cuenta que la Casa Blanca tiene en X para proclamarse monarca en una falsa portada de la revista Time en la que aparece un sonriente Trump —cuyo apellido sustituye el nombre de la revista— luciendo una corona sobre un fondo con el paisaje de Manhattan. Así celebró la decisión de su gobierno de acabar con el peaje por congestión en Nueva York. “El peaje por congestión ha muerto. Manhattan y Nueva York están salvados”. ¡Larga vida al rey! Publicó en sus redes sociales.
Lo anterior no es otra cosa que el síndrome al culto de la personalidad: un fenómeno masivo de fanatismo, adulación y obediencia a un individuo que se ha erigido líder de un movimiento o de un estrato social.
Según el investigador hondureño Víctor Meza, “el culto a la personalidad, es una aberración que se repite con demasiada frecuencia. Es una veneración al ego, a la vanidad, al endiosamiento del que lo recibe y lo disfruta, que posee una personalidad autoritaria y despótica”.
Sólo para confirmar la tendencia del megalómano magnate a este mesiánico culto recordemos que el 14 de julio del año pasado, en plena campaña, fue herido de bala en la oreja. Al tomar posesión de su cargo el 20 de enero del presente expresó: “Dios me salvó para hacer grande a Estados Unidos”.
Punto final
En Estados Unidos se está formando la Sinfónica de Sinaloa que acompañara a los Narcos Cantores de Badiraguato.