El ex rey de España ofrece todo un bufet de platillos de corrupción. No sabe uno ni por cuál comenzar. Después de darle más vueltas a la cabeza que la niña del Exorcista, llegué a la conclusión de tratar aquí tres casos
No es que al Covid-19 que en España ha causado más de 28 mil muertos se le haya sumado un desastre natural como es un movimiento telúrico. No. Utilizo el encabezado de un terremoto en España para enfatizar lo que significa para ese país la corrupción detectada en el rey –con minúscula– emérito Juan Carlos I. El ex monarca –otra vez con minúscula– está implicado en varios casos de Corrupción –con mayúscula. Casos que, como escribió Hugo Martínez Abarca, la Casa Real española soslaya y no reacciona cuando se entera de ellos sino cuando se enteran los ciudadanos.
Juan Carlos de Borbón, que fuera rey de España por la gracia de Franco, y, por ley, Jefe de Estado, del 22 de noviembre de 1975 al 19 de junio del 2014, cuando se vio obligado a abdicar después de que, dos años antes, el mundo supiera su intervención en una cacería de elefantes en Botsuana, África, cuando España vivía una crisis económica y Juan Carlos un tórrido romance con la alemana de origen danés, Corinna zu Sayn-Wittgenstein –lo difícil no fue hacerla su amante, sino pronunciar su nombre.
El ex rey de España ofrece todo un bufet de platillos de corrupción. No sabe uno ni por cuál comenzar. Después de darle más vueltas a la cabeza que la niña del Exorcista, llegué a la conclusión de tratar aquí tres casos:
Primero, el que provocó, en el mes de marzo de este año, que su hijo, el actual monarca Felipe VI, renunciara a la herencia paterna que le pudiera corresponder. La gota que derramó el vaso de la corrupción borbónica fue la investigación del Tribunal Supremo español por unas comisiones ilegales que el ex rey recibió de 12 compañías españolas que en febrero del 2011, por recomendación de Juan Carlos con su amigo el príncipe de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, firmaron un contrato para la construcción del tren que va de la Meca a Medina, obra que concluyó en el 2018 con un costo de 6,740 millones de euros de los cuales cuando menos 100 millones fueron a parar a una cuenta del Borbón emérito. Por cierto, entre la docena de compañías beneficiadas se encuentra nuestra conocida OHL, cuyo 16% accionario pertenece desde el mes pasado a la familia mexicana Amodio.
Para el segundo caso no es necesario cambiar de país, escenario de la corrupción real, pero sí de época: en la segunda mitad de los años setenta, cuando Juan Carlos I recién se estrenaba como rey de España, durante la crisis mundial de petróleo, consiguió, con sus amigos de Arabia Saudita, que por cada barril de petróleo que importara España él recibiría una comisión. Un “ingenuo” funcionario del gobierno español consiguió en 1979 un acuerdo para importar petróleo de Kuwait más barato que el petróleo saudita. El gobierno de Adolfo Suárez le hizo ver que ese tema era peligroso tocarlo porque estaba de por medio el negocio personal del monarca.
El tercer caso tiene que ver con nuestro país y con la empresa OHL, aunque apenas salió a la luz pública el pasado 16 de junio, data de mayo del año 2009 cuando el primo y testaferro del ahora monarca emérito, Álvaro de Orleans Borbón, depositó un cheque por 4,689,930 dólares en la cuenta de la fundación Zagatka de Ginebra, institución que, supuestamente, fue creada para ocultar la fortuna de Juan Carlos. El dinero procedía del consorcio OHL y era una comisión otorgada al entonces soberano por la venta de unos terrenos en Playa del Carmen, Quintana Roo.
El ex monarca incómodo, desprestigiado en España, podría refugiarse en República Dominicana donde sería bien recibido por su gran amigo el magnate del azúcar Pepe Fanjul.
Aunque también podría guarecerse en nuestro país, donde ya sabemos que en cuestiones de alta corrupción, aunque se diga lo contrario, se practica el Borbón y cuenta nueva.