Algo cambió seriamente en nuestra política exterior con la visita de Donald Trump. Todo cambió, mejor dicho, en nuestra tradición de abstinencia frente a la política interna estadounidense. Hemos dejado de ser neutrales. El gobierno del presidente Peña, que no quería meterse entre las patas de los caballos de la política de aquel país, acabó … Continued
Algo cambió seriamente en nuestra política exterior con la visita de Donald Trump. Todo cambió, mejor dicho, en nuestra tradición de abstinencia frente a la política interna estadounidense.
Hemos dejado de ser neutrales. El gobierno del presidente Peña, que no quería meterse entre las patas de los caballos de la política de aquel país, acabó metiéndose hasta el cuello.
Desde la aprobación del TLC, en 1994, México es para Estados Unidos un asunto de política interna. Sin hacer mucho ruido, a través de la expansión de sus consulados y la protección que estos brindan a los mexicanos legales e ilegales que viven allá, México había entendido y ejercido esta condición.
Pero en los días que corren, México decidió volverse un lugar de paso interesante para los candidatos presidenciales de Estados Unidos: un lugar más de campaña.
La campaña de aquellos candidatos ya sucedía en México con una inmediatez y una penetración sin precedentes, a través de los medios.
La plaza electoral estadounidense llamada México había tomado partido abrumador por la candidata demócrata, Hillary Clinton.
Inexplicable que el primer candidato en campaña que el gobierno mexicano admitió en su territorio fuera el candidato odiado por los mexicanos, Donald Trump.
El gobierno de México no corrigió esa equivocación política. No negó a Trump el viaje inaugural a México como nueva plaza de la campaña estadunidense.
Tampoco le dijo a Trump los agravios que tienen contra él los votantes mexicanos, votantes virtuales en México, pero reales y potencialmente decisivos en Estados Unidos.
Mi impresión es que en esto no hay marcha atrás, solo marcha hacia delante. Si el presidente Peña quiere ejercer un control de daños sobre los muchos que ha recibido de esta primera gira electoral estadunidense por México, debe empezar a hablar con claridad de lo que los mexicanos esperan y de lo que rechazan de aquel proceso.
El hecho es que el gobierno de Peña Nieto ha abierto una nueva era de relaciones políticas con el vecino del norte. Es un cambio enorme, que necesita la definición de una nueva estrategia.