Si existe una propuesta para que se cambie la alerta sísmica por un tono suavecito que no nos espante tanto antes de un terremoto es porque a los mexicanos nos encantan los eufemismos. Si nos pasamos de la raya y no cumplimos siempre será un “poquito”, “tantito”. Y ante cualquier anomalía siempre el primer sospechoso … Continued
Si existe una propuesta para que se cambie la alerta sísmica por un tono suavecito que no nos espante tanto antes de un terremoto es porque a los mexicanos nos encantan los eufemismos.
Si nos pasamos de la raya y no cumplimos siempre será un “poquito”, “tantito”. Y ante cualquier anomalía siempre el primer sospechoso inmediato será el gobierno.
En nuestro blanco y negro lapidamos a quien tiene un lapsus verbal si se trata del presidente, pero si es un candidato a presidente quien palomea a un presunto criminal como senador entonces no pasa nada.
De los tres focos rojos que han identificado tanto la Secretaría de Hacienda como los analistas, que pueden afectar el desempeño económico durante este año, hay uno que ya es una certeza y dos que son interrogantes.
No sabemos el resultado electoral, aunque está claro que su sentido condicionará el comportamiento financiero y económico futuros. Tampoco tenemos claridad del rumbo que tomarán las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pero no hay duda de que de su resultado depende el desempeño del Producto Interno Bruto.
Pero del peligro económico del que ya tenemos todos los datos disponibles es de la implementación de la reforma fiscal que logró el gobierno de Donald Trump.
Nuestro principal socio comercial, la nación con la que tenemos la más importante relación financiera, comercial, laboral, migratoria y cultural, empezó a cobrar mucho menos impuestos.
Esto implicará que muchas empresas se verán tentadas a fijar sus domicilios fiscales en Estados Unidos y con ello registrar sus inversiones y sus utilidades de aquel lado.
Es una volada aquello de que la autoridad fiscal mexicana está considerando clasificar a Estados Unidos como paraíso fiscal, salvo que la vocación suicida del gobierno mexicano se haya exacerbado.
Si pagan menos impuestos del otro lado de la frontera y pueden operar acá, lo van a hacer. Es como los miles de automovilistas que emplacan sus autos en el estado de Morelos, pero circulan en la Ciudad de México porque se ahorran mucho dinero en Tenencia.
Este país tiene que adaptarse a esas nuevas condiciones fiscales en Estados Unidos y tiene que hacerlo con incentivos fiscales para el capital de trabajo, pero con una compensación en sus ingresos por la vía de los impuestos al consumo.
Pero como no nos gustan las cosas como son sino con eufemismos, así como nos gustaría una alerta sísmica con una canción de cuna para que no nos espante, no es posible que se pueda hablar de la urgencia de una reforma fiscal que baje el Impuesto sobre la Renta a cambio de generalizar la tasa de Impuesto al Valor Agregado.
Sólo a través de modificar la manera de cobrar impuestos se puede mitigar una salida de capitales, y con ello, efectos en la economía y el empleo. Pero falta ver quién se atreve en estos momentos de campañas políticas a proponerlo al Congreso, si fuera el caso del gobierno, o postularlo ante los electores, en el caso de los candidatos.
Si hay responsabilidad en el siguiente gobierno, la fiscal sería una de las primeras reformas a buscar en el Congreso.
Pero hay que decirlo sin apapachos verbales, estamos en peligro de que asuma el poder un gobierno populista que complique más este y otros temas de la economía y las finanzas.