Se dijo que, con la entrega del documento, se buscó reconocer la diversidad lingüística y cultural de México, subrayando la importancia de incluir a las comunidades indígenas en los procesos institucionales
Amigas y amigos, no sé si ustedes estarán de acuerdo conmigo —quienes me hacen el favor de leerme—, pero la política mexicana es ya una tragicomedia. Les dejo a su consideración qué porcentaje le asignan de comedia y qué porcentaje de tragedia. Dejémoslo en que es una saga, y no precisamente de buen gusto. Hace unos días se dio una de las más recientes entregas de esa saga, dentro de la serie “Elección Judicial”.
El pasado 15 de junio, el pleno del Consejo del Instituto Nacional Electoral (INE) validó la elección de ministros para la Suprema Corte de Justicia de la Nación. La votación fue dividida: seis votos a favor, uno en contra. Con un solo consejero que hubiera dudado, que hubiera cambiado de bando, el régimen estaría en serios aprietos. Fácil de resolver para ellos, porque tienen capturados a todos los órganos de lo que alguna vez fue el Estado mexicano. ¿El argumento para anular la elección? Los famosos “acordeones”.
No sé qué piensen ustedes, amigos, pero el uso de acordeones fue claramente una inducción al voto. Y me pregunto: ¿qué hubieran hecho los integrantes del régimen actual si esos acordeones hubieran sido utilizados por el PRI o el PAN? Ya los veo tomando carreteras, bloqueando edificios, marchando por las calles. Pero hoy, siguiendo el estilo de López Obrador, minimizan, se victimizan y lanzan acusaciones.
Dice el régimen que fue “una elección del pueblo”. Incluso los ministros electos se la creyeron. Un ejemplo: el próximo presidente de la Corte… se la creyó. Aunque, seamos honestos, no creo que sean ilusos; saben perfectamente que su silla es producto de una conspi… perdón, de un movimiento de venganza urdido por López Obrador, para ajustar cuentas con quienes le bloquearon sus ambiciones en el pasado.
Y es que, francamente, no puedo creer que Hugo Aguilar Ortiz, quien será el primer presidente de esta nueva era de la SCJN, en serio piense que logró convencer a más de cinco millones de mexicanos. ¿De verdad, ministro? No sea ingenuo.
En una sesión que se prolongó por más de cuatro horas, los consejeros que votaron en contra expresaron su preocupación por la falta de transparencia y la posible manipulación del voto. Señalaron que los “acordeones” pudieron haber influido de manera indebida en el resultado, afectando la libertad del sufragio. Además, cuestionaron la premura con la que se validó la elección, argumentando que las irregularidades merecían una investigación más exhaustiva antes de emitir un fallo definitivo.
Por su parte, los consejeros a favor, respaldados por Guadalupe Taddei Zavala, presidenta del Consejo General, defendieron la decisión, destacando que “la democracia no se impone, se construye”. Argumentaron que, a pesar de las fallas, el proceso reflejó la voluntad popular (sí, cómo no) y que anularlo habría sido un retroceso para la participación ciudadana.
Un detalle que quiso ser cultural, pero a mí se me hizo más bien demagógico, fue la entrega de la constancia de mayoría en lengua mixteca al nuevo presidente de la SCJN, Hugo Aguilar Ortiz.
Se dijo que, con la entrega del documento, se buscó reconocer la diversidad lingüística y cultural de México, subrayando la importancia de incluir a las comunidades indígenas en los procesos institucionales.
Aguilar Ortiz, en su discurso tras recibir la constancia, afirmó que “la Corte cuenta con legitimidad para cumplir el mandato popular” (en serio). Sin embargo, los críticos señalaron que este acto simbólico no compensa las dudas sobre la transparencia del proceso electoral; algunos incluso lo interpretaron como un intento de desviar la atención de las irregularidades.
Por si fuera poco, la elección ha venido acompañada de una iniciativa que ha generado fuertes críticas: la propuesta de eliminar el uso de la toga en la SCJN, bajo el argumento de “modernizar” y “desformalizar” el Poder Judicial. Sus promotores dicen que la toga es un símbolo arcaico que refuerza la percepción de elitismo y distancia con la ciudadanía.
Sus defensores sugieren que prescindir de ella podría acercar la justicia a la gente, haciéndola más accesible y menos intimidante. Sin embargo, otros ven en esta propuesta un ataque a la tradición y a la solemnidad del máximo tribunal, recordando que la toga representa la imparcialidad y la autoridad de los ministros.
La validación de esta elección, con su estrecho margen de 6 a 5, pone de manifiesto las profundas divisiones en torno al rumbo del Poder Judicial en México. Lo que es claro es que, nos guste o no, el pueblo bueno y sabio… no les mandató demoler al Poder Judicial.
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