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¿Es posible salir de la guerra, sacar a las fuerzas armadas de los campos de batalla del narco, suspender el continuo roce de los protocolos de la acción militar con la persecución de delincuentes civiles?

No lo sé, supongo que es muy difícil, pero creo que  hacia allá deberían enderezar sus esfuerzos el gobierno y las fuerzas armadas, zafándose por lo pronto de la presión esquizofrénica que las obliga de un lado a abatir al narco como en una guerra y del otro a respetar los derechos humanos, como en la paz.

Creo que las fuerzas armadas deberían borrar de sus protocolos de acción todo lo que pueda implicar un riesgo de violar derechos humanos.

Esto reducirá el roce violento con las bandas del narco, y los riesgos de excesos y bajas colaterales.

El narcotráfico tendrá las cosas más fáciles, sin duda, pero sus facilidades serán menos sangrientas de lo que son las dificultades que les imponen las fuerzas armadas al perseguirlas.

Hasta ahora las fuerzas armadas de México arriesgan lo más por lo menos, arriesgan la violación de derechos humanos por el compromiso de combatir el tráfico de drogas.

El argumento de respetar los derechos humanos será siempre superior al de perseguir cargamentos de drogas que igual llegan, y se consumen en santa paz, al otro lado de la frontera.

Después de todo, a lo que la Constitución obliga es a respetar los derechos humanos, no a perseguir narcotraficantes.

Diluyamos la fantasmagoría importada de que el Estado puede erradicar al narco mediante la violencia. También la fantasmagoría local de que hay un peligrosísimo crimen organizado independiente del narcotráfico y sus rentas.

Y con la autoridad moral de un país que ha sido ensangrentado por su guerra contra las drogas, declaremos que ya estuvo bien de guerra, que la prohibición de las drogas es una ocurrencia catastrófica y que la persecución del narco en nuestro territorio una imposición inaceptable que nos vuelve rehenes más que colaboradores de nuestro vecino.

Entre abatir el narco y respetar los derechos humanos, creo que la opción inteligente y estratégica de las fuerzas debe ser respetar los derechos humanos, abandonar la guerra contra las drogas y volver a sus cuarteles.

hector.aguilarcamin@milenio.com