Ahora vemos a Agustín Carstens hablar sólo en inglés. Por cierto, lo habla con acento mexicano, pero realmente le sirve para resolver problemas mundiales, no como aquellos que tienen acento de maestro de escuela particular pero poco resuelven. Y Carstens se asegura de que acá en México sepamos que, aunque anda en Suiza, se mantiene … Continued
Ahora vemos a Agustín Carstens hablar sólo en inglés. Por cierto, lo habla con acento mexicano, pero realmente le sirve para resolver problemas mundiales, no como aquellos que tienen acento de maestro de escuela particular pero poco resuelven.
Y Carstens se asegura de que acá en México sepamos que, aunque anda en Suiza, se mantiene muy ocupado al frente del Banco de Pagos Internacionales.
Este destacado financiero mexicano anda muy preocupado estos días por el impacto negativo que en el sistema financiero mundial pueden tener las llamadas criptomonedas.
Y si bien es todo un tema global, la realidad es que, en el terreno de operaciones local, lo que nos angustia es que la inflación baje y que el costo del dinero no entorpezca el crecimiento económico.
Seguramente Alejandro Díaz de León, el sucesor de Carstens como gobernador del Banco de México, ha pasado noches largas en estos tiempos de presiones monetarias.
Como sea, lleva dos meses de gobernador y dos aumentos en la tasa de interés de referencia, y la Junta de Gobierno del banco central debió dejar la puerta abierta a futuras intervenciones ante la realidad de que hay muchos riesgos.
En su comunicado de política monetaria más reciente, la Junta de Gobierno apunta a la posibilidad de una depreciación cambiaria. De entrada se requiere de un mercado con la suficiente madurez como para que el banco central señale esta posibilidad sin que se genere un caos cambiario.
Bien que el banco central hable claro y que haya claridad en cuándo se puede devaluar el peso: ante una fallida renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), una reacción todavía más negativa de los mercados a las acciones de política monetaria, mayores restricciones mundiales en los mercados financieros, o una descomposición o la volatilidad asociada con el proceso electoral de este año.
Ya es mucho pedir que el Banco de México diga que el factor electoral puede influir negativamente en la cotización del peso frente al dólar si hay violencia o si gana alguna opción contraria a la estabilidad económica y financiera del país.
Claro, que la otra cara del espejo cambiario, y con el peso de la suerte inflacionaria, es que haya TLCAN renegociado para rato, que se tranquilicen las aguas inflacionarias en Estados Unidos y que se derrote al populismo en las elecciones del próximo 1 de julio.
Eso revaluaría al peso a niveles muy importantes y regresarían la calma, psicológica y práctica, a muchos agentes económicos. Aunque ahí habría otro tipo de preocupaciones, como las comerciales, por la fortaleza del peso al momento de exportar.
El banco central mexicano, pues, tiene una temporada compleja en los meses por venir, sobre todo por la incertidumbre.
En la medida en que los pendientes se conviertan en certezas, para bien o para mal, hay más elementos para tomar decisiones de política monetaria.
La importante figura financiera de Agustín Carstens sí se echa de menos en estos tiempos turbulentos. Pero la realidad es que, aunque discretos, los que se quedaron a tomar decisiones en el Banco de México han hecho muy bien su trabajo, hasta ahora.