Para El Flaco Ruiz Abreu, en su cumpleaños Desde la terraza del restaurante Almina en Chetumal se ve muy cerca, al alcance de la mano, la ribera beliceña del lugar que se llama Consejo. En la ribera hay una construcción de ladrillo quemado y techo de tejas rojas. Nos han dicho que es un restorán … Continued
Para El Flaco Ruiz Abreu, en su cumpleaños
Desde la terraza del restaurante Almina en Chetumal se ve muy cerca, al alcance de la mano, la ribera beliceña del lugar que se llama Consejo.
En la ribera hay una construcción de ladrillo quemado y techo de tejas rojas. Nos han dicho que es un restorán donde preparan el mejor rice&beans disponible, un plato de arroz y frijol bayo guisados en aceite de leche de coco, con piezas de pollo o de puerco fritas en achiote, especialidad de la cocina beliceña.
Hace varios años vemos ese punto rojo y decimos que hay que tomar una lancha, cruzar, comer el rice&beans y regresar.
Nunca cruzamos. Pero este fin de año tres sobrinos hicieron el viaje en avioneta de Corozal a San Pedro, la isla beliceña famosa porque la cantó Madonna.
La pasaron bien aunque apenas los dejaron entrar a la playa, pues no eran huéspedes de los hoteles dueños de ellas.
Este secuestro de las playas de San Pedro es el mismo que han hecho hoteleros y propietarios a lo largo de toda la Riviera Maya quintanarroense, desde Tulum hasta Cancún.
Una de las glorias de las playas brasileñas es que son públicas. Nada obstruye ni su vista ni su uso. Las playas son del pueblo, dicen ahí. Los hoteles, de sus dueños. No en Quintana Roo.
Google Earth me ha enseñado que Chetumal no es tierra firme. En realidad es una isla, un girón de selva y mangle rodeado de cuerpos de agua: el agua de la Bahía de Chetumal, el agua del Río Hondo que separa México y Belice, el agua de las lagunas Mariscala, Milagros, Bacalar y de los misteriosos y transparentes esteros que las unen.
Acaso porque Chetumal dejó de mirar al mar después del ciclón Janet, su larguísimo malecón no ha sido obstruido ni en su vista ni en su uso por propietarios públicos o privados.
Toda su extensión de varios kilómetros, el hermoso bulevar de dos carriles que va hasta Calderitas, es de los chetumalenses, como debieran ser de sus habitantes el resto de las riberas del Caribe quintanarroense, secuestradas a lo largo de los años por la codicia, el mal gusto, el mal diseño del espacio público, y la corrupción, la corrupción, la corrupción.