La improvisación y la inexperiencia de los gobiernos ha sido uno de los costos sumergidos de la democracia mexicana. En tres elecciones sucesivas los mexicanos han llevado a la Presidencia a políticos prácticamente sin experiencia previa en el gobierno federal. El puesto de Presidente no puede aprenderse, por desgracia, sino en la silla, pero supongo … Continued
La improvisación y la inexperiencia de los gobiernos ha sido uno de los costos sumergidos de la democracia mexicana.
En tres elecciones sucesivas los mexicanos han llevado a la Presidencia a políticos prácticamente sin experiencia previa en el gobierno federal.
El puesto de Presidente no puede aprenderse, por desgracia, sino en la silla, pero supongo que ayuda haber sido secretario de Estado y tener un trayecto sólido como funcionario responsable o como congresista en el orden federal.
Los votantes pensaron de otra forma y tomaron su riesgo a favor de la inexperiencia tres veces consecutivas: con Fox, con Calderón y con Peña Nieto.
Uno de los recursos obvios de un presidente para compensar su inexperiencia es rodearse de gente experta en sus respectivas responsabilidades.
Un gabinete brillante puede paliar las debilidades de un presidente inexperto, puede volverlo incluso un gran presidente. El caso de Ronald Reagan es mundialmente famoso.
Pero los presidentes de la democracia mexicana no buscaron gabinetes mejores o más expertos que ellos. A la toma de riesgo de los votantes añadieron una imprudencia inexplicable. Salvo excepciones, hicieron miembros de su gabinete a funcionarios tan inexpertos como ellos en los intríngulis del gobierno federal.
No sé cuánta de la molestia ciudadana con gobiernos y políticos tiene que ver con este sencillo y reiterado hecho de haber pagado una larga curva de aprendizaje en cada uno de los puestos grandes del gobierno federal.
Acabamos de tener una muestra del costo de la improvisación por la curva de aprendizaje en el nombramiento y la remoción del embajador mexicano en Washington, Miguel Basáñez.
La curva de aprendizaje cobró su costo y regresó la mirada de los responsables del nombramiento al lugar de donde nunca debió moverse: la experiencia previa del nombrado.
El nuevo embajador mexicano en Washington, Carlos Sada, ha sido todo lo que se puede ser diplomáticamente en ese país antes de ser embajador. Ha sido cónsul general de México en Los Ángeles, Nueva York, Chicago y San Antonio, y encargado de las relaciones con el Congreso en la embajada mexicana de Washington.
Sus limitaciones pueden ser muchas, pero no las imperdonables de la improvisación y la inexperiencia, karmas de la calidad de los gobiernos de la joven y ya atribulada democracia mexicana.