En febrero pasado, la inseguridad era el factor que más angustiaba a los especialistas consultados como lo que podría entorpecer el crecimiento
Los especialistas que consulta habitualmente el Banco de México dejaron de preocuparse repentinamente por los temas de seguridad pública, a pesar de que se siguen registrando cifras históricas en la comisión de delitos en México.
En febrero pasado, la inseguridad era el factor que más angustiaba a los especialistas consultados como lo que podría entorpecer el crecimiento. Pero dos meses después apenas alcanza algunos cuantos puntos de preocupación.
Claro, con esta tan inesperada como mortal pandemia, es lógico que otros temas dominen la atención de estos expertos en economía. El Banxico debería encontrar la forma de que la encuesta deje ver qué tanto les preocupa el virus como la violencia.
Pero hay otro tema que también ha pasado a un segundo plano en los focos amarillos de la mayoría de los analistas que consulta el banco central, no de todos, hay que decirlo, y esto es la inflación.
Ciertamente, en este corto plazo la angustia mayor es el derrumbe económico en el que estamos. El Producto Interno Bruto (PIB) sufre en estos momentos la caída más drástica de toda la historia económica contemporánea de México. Y no hay duda de que esa debacle del PIB quedará indivisiblemente ligada a la fotografía del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador. Por eso es que ya no quiere que se mida el PIB, sino una especie de índice de espiritualidad nacional. Bueno, no merece la pena detenerse en estas barbaridades.
El tema es que la inflación hoy, por la pulverización de la demanda, apunta hacia el sur, y el Índice General de Precios al Consumidor, calculan los expertos, quedará este año por debajo de 3 por ciento.
Pero el fenómeno económico que enfrentamos hoy parte de una realidad tan humana como el temor a la muerte ante un coronavirus, como el SARS-CoV-2, que no tenemos dominado y que nos obligará a una nueva normalidad de aquí en adelante, en lo que vencemos al Covid-19.
Los restaurantes tendrán que espaciar sus mesas, los bares no podrán recibir a las multitudes de antes y los vuelos comerciales deberán dejar espacios más amplios entre sus viajeros.
Donde antes consumían 50, ahora deberán consumir no más de 25. Un vuelo de 200 pasajeros debe reducirse a 140 ocupantes. Un espectáculo para 5,000 deberá ser ahora para no más de 2,500.
Esa menor escala hará que los costos sean mayores y por lo tanto los precios de recuperación también tendrán que ser superiores.
Además, no hay que olvidar que la combinación pandemia-gobierno no preparado le ha costado a la cotización del peso frente al dólar una depreciación de más de 25 por ciento. Y, claro, tardarán en desplazarse los inventarios por el derrumbe en el consumo, pero, cuando se resurtan los productos importados o con componentes cotizados en dólares, ahí vendrá el aumento.
No conocemos qué efectos devastadores traerá esta depresión global a muchas cadenas productivas y esto puede afectar la proveeduría de muchos productos. Además, habrá un necesario cambio en los hábitos de consumo, que también podría modificar la dinámica de formación de precios.
En fin, la depresión económica está garantizada. Pero hay que echarles un ojo a los precios también.