Si el presidente Andrés Manuel López Obrador dedicó una semana entera a descalificar a los que irían, viene ahora el tiempo de denostar a los que fueron
El hecho más relevante para la vida económica y financiera del país durante los años y décadas por venir puede ser estrictamente político y que tenga que ver con la posibilidad futura de que este país pueda tener elecciones libres, creíbles y confiables organizadas por ciudadanos autónomos o bien regresar a un gobierno que sea juez y parte electoral.
Hoy seguramente habrá todo un ejercicio de propaganda para descalificar el número de asistentes, la condición social de los que marcharon por Paseo de la Reforma y hasta del mensaje del ex presidente del Instituto Federal Electoral, José Woldenberg.
Si el presidente Andrés Manuel López Obrador dedicó una semana entera a descalificar a los que irían, viene ahora el tiempo de denostar a los que fueron.
Pero, al final, el tema central no es la marcha. No es que decenas de miles de personas se animen a salir a las calles para defender la autonomía e independencia del Instituto Nacional Electoral (INE), del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y de la representatividad opositora en el Congreso.
El asunto central es que la intentona claramente antidemocrática y sin tapujos de López Obrador de afectar la vida democrática de México no se consume.
Es impedir que se vuelva a conformar una mayoría calificada, en la que participen legisladores de la oposición, que se presten a consumar este golpe.
Implica no dejar de ver fijamente a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) para que no se preste a encontrar chicanas legales que hagan de leyes secundarias mandamientos que pisen la Constitución, como ya sucedió con la ley eléctrica.
No, el mensaje repetido ya por varias semanas de defensa a la democracia y coreado ayer por miles de mexicanos no es para que lo escuche López Obrador, porque él ya no va a cambiar su juego.
Tampoco es para sus funcionarios y legisladores que harán únicamente lo que les ordene su máximo líder. Ni para sus seguidores más irreflexivos que no alcanzan todavía a dimensionar el tamaño del peligro de consolidar en las leyes un régimen autoritario.
Este grito de ayer y de las últimas semanas es para que lo escuchen los diputados del PRI, como Alejandro Moreno o Humberto Moreira. Senadores como Eruviel Ávila o Miguel Ángel Mancera, todos ellos, y otros más, que rompieron sus promesas y se aliaron con Morena en la militarización del país.
Es una clara voz colectiva de advertencia que tiene que escuchar Ricardo Monreal, quien puede romper la obediencia ciega a López Obrador con una decisión que lo puede encumbrar o enterrar para siempre.
El mensaje lo debe recibir con total nitidez el ministro presidente de la SCJN, Arturo Zaldívar, quien no debe volver a permitir esos espacios para votos confusos y chicanas legales que pisoteen la Constitución.
La marcha de ayer tuvo cosas muy buenas. Una amplia participación, pacífica, plenamente respetada por los gobiernos locales y federal. Un ejercicio pleno de la libertad, pues.
Pero lo importante está en lo esencial de impedir un golpe a la democracia y en que ese reducido pero muy importante grupo de actores políticos que hoy son clave para detener esta intentona tomen las decisiones correctas cuando sea su turno de manifestarse en torno a esta llamada reforma electoral.
Este grito es para que lo escuchen los diputados del PRI, Senadores como Eruviel Ávila o Miguel Ángel Mancera, y todos los que rompieron sus promesas y se aliaron con Morena en la militarización del país.