EE.UU. ha aprendido que México es un socio estratégico y que no es débil. Sin embargo, junto con el resto del mundo pagará las consecuencias de la guerra comercial con China
Cuando el gobierno de Donald Trump metió en la canasta de los aranceles al acero y al aluminio a sus dos socios de América del Norte hizo ruido en las negociaciones comerciales que los tres países mantenían para renovar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Refrendaba ante sus vecinos que el estilo de negociar de Donald Trump era la aplicación de medidas de fuerza para doblegar a sus pares. O lo que es lo mismo, hacer manita de puerco a sus socios, para que el ganón fuera siempre Trump.
No contaba el gobierno del republicano con el colmillo largo y retorcido de los mexicanos en materia comercial, que no sólo gravó con impuestos espejo las importaciones estadounidenses de acero y aluminio, sino que eligió una serie de productos a los que México les aplicó el sobreprecio de un impuesto compensatorio para que Estados Unidos se lo pensara dos veces.
Whisky, quesos, carne de cerdo, manzanas, en fin, una lista de productos sensibles para los vecinos del norte que entrarían a México con un sobrecosto.
Así, México traspasaba a los sectores estadounidenses afectados por la represalia comercial el papel de cabildear ante su gobierno para que dejara a los mexicanos en paz con su guerra comercial. Y funcionó.
Le ha costado trabajo, pero parece que Donald Trump ha aprendido que México es un socio estratégico y que no es un socio débil. Sin embargo, este país, junto con el resto del mundo habrán de pagar las consecuencias de la gran guerra comercial que enfrenta con China.
Tiene alguna mínima ventaja para México que el gobierno de Estados Unidos haya decidido entrar en esta confrontación con los chinos.
De entrada, no querrá otro frente abierto. Pero además se aseguraron de que México y Canadá se blindaran contra un acuerdo comercial con los chinos. La Casa Blanca se encargó de que el acuerdo sustituto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, al que arbitrariamente llamamos T-MEC, tuviera una cláusula que dejara fuera del juego comercial regional a los asiáticos.
Si eres socio de Estados Unidos, no puedes aliarte con los chinos, dice un apartado del acuerdo, del que pronto se espera que tenga una ventana de oportunidad política para su aprobación legislativa.
Hay beneficios, pocos, para México, porque muchos productos chinos que se encarezcan por la aplicación de aranceles pueden abrir la puerta a manufacturas mexicanas para entrar en el mercado estadounidense en sustitución.
También, si hay empresas que opten por dejar China, para no estar en medio de los disparos, no se van a ir a pagar sueldos en dólares y de primer mundo a territorio estadounidense. Buscarán facilidades fiscales en México para producir a pocos kilómetros de la frontera estadounidense y con costos de mano de obra y de transporte más bajos.
Lo malo es que la lista de calamidades, que podrían afectar a México por esta guerra comercial entre Estados Unidos y China, incluye desde la afectación a los usuarios de teléfonos celulares chinos, hasta una eventual desaceleración económica mundial que alcance tonos recesivos para México, que ya está en la frontera de los malos datos económicos.