Es muy difícil que una comunicación así no haya sido precedida de una notificación a las autoridades mexicanas, esas que ahora se dicen sorprendidas
No son forzadas las comparaciones entre los estilos populistas del expresidente mexicano y el actual mandatario de Estados Unidos, lo que cambia son los alcances y, por supuesto, las personalidades.
Como los liderazgos carismáticos necesitan lucir, suelen acompañarse de equipos que no opaquen su brillo y anulan cualquier competencia que les pueda resultar antagónica.
A diferencia de los estadistas, cuyos gabinetes permiten personalidades brillantes en múltiples posiciones y tareas que resultan ajenas a la habilidad del líder, el populista prefiere peleles en las posiciones de gabinete, sólo porque alguien debe ocupar esas sillas, porque realmente las decisiones se centralizan en el líder. Mucho menos habrá figuras que destaquen.
En México, los personajes que acompañaban a López Obrador eran un rosario de esos títeres que cumplían al pie de la letra la máxima sexenal de 10% de capacidad a cambio de 90% de lealtad.
Donald Trump no es muy diferente y claramente podemos identificar funcionarios de su gabinete que no son, por mucho, los perfiles ideales para los puestos que ocupan.
Más de uno cumple con algo así como 10% knowledge, 90% MAGA loyalty. Sólo que, a un funcionario estadounidense de salud, defensa o una fiscalía se le nota más por el tamaño del gobierno al que representa.
¿Cuáles son las posiciones que ni siquiera en el populismo ramplón mexicano se permitieron descuidar con improvisados? Básicamente aquellas que tienen que ver con las áreas técnicas, muy especializadas, que no se pueden descuidar; básicamente la hacienda pública.
En los tiempos de Trump en Estados Unidos, tanto Steven Mnuchin, durante su primer mandato, como Scott Bessent, actual secretario del Tesoro, son personajes con amplia trayectoria y reconocimiento en los mercados.
No se puede dar el lujo el secretario Bessent de que su oficina incurra en alguna imprecisión tan grave como señalar a tres entidades financieras mexicanas como cómplices del crimen organizado sin tener las pruebas suficientes.
Esa bomba que tiró FinCEN, la red de Control de Delitos Financieros del propio Tesoro, tiene que ser rápidamente acompañada de las evidencias que impliquen una acción punitiva ejemplar. Porque un simple “usted disculpe” sería bueno para las entidades mexicanas, pero devastador para esa autoridad.
De hecho, desde el pasado 9 de abril FinCEN había ya lanzado la alerta de operaciones de financiamiento de tráfico de fentanilo entre cárteles mexicanos y empresas chinas por un monto reportado de 1.4 billones de dólares en operaciones calificadas como sospechosas.
En el análisis Fentanyl-Related Illicit Finance: 2024 Threat Pattern & Trend Information, FinCEN detallaba la manera de transferir recursos con sofisticados métodos de lavado, lo único que le faltaba a ese documento era el nombre de las instituciones.
Es muy difícil que una comunicación así no haya sido precedida de una notificación a las autoridades mexicanas, esas que ahora se dicen sorprendidas.
Por eso, al Departamento del Tesoro no les puede suceder lo que vimos en México con sus contrapartes que claramente han mostrado su utilidad para la persecución política interna, pero se paralizaron cuando llegó esta acusación desde Estados Unidos.
Conocemos los alcances dañinos del populismo, identificamos esos rasgos en el país vecino, pero estos temas tan delicados y de tal trascendencia necesitan de una precisión que no deje dudas a nadie.