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Cuando se etiqueta a las generaciones, habitualmente a los que nacimos después de los baby boomers, entre los 60 y los 70, nos llaman la generación X o la generación perdida.

Los que nacieron en la posguerra en este país fueron jóvenes del desarrollo estabilizador, consiguieron empleos que a estas alturas ya les redituaron en pensiones garantizadas. Retiros que tampoco son suficientes porque al final del día somos un país subdesarrollado.

Pero los jóvenes de los 80 vimos cancelados muchos sueños con las devaluaciones y las crisis. La inflación nos hizo desistir de las enseñanzas del ahorro. Los timbres de un peso que juntábamos en la escuela para abrir después cuentas bancarias nos enseñaron que la inflación se robaba nuestro ahorro y nos dejaban sin dinero para gastar en el recreo.

Sobrevivimos la edad escolar entre carencias generales, más aquéllas que se tuvieran en la familia nuclear. Pero para los 90 intentábamos formar un incipiente patrimonio con el primer trabajo y los créditos que nos trajo la promesa de estar ya en el camino hacia el primer mundo.

La nueva crisis de mediados de los 90 echó a la coladera la posibilidad de poder pagar los créditos del coche o el departamento.

Y adiós casa, adiós coche y a enfrentar el sufrimiento de la renovada austeridad, para seguir con el mismo patrón de crisis de los ciudadanos de la generación X. Pero ahora muchos de ellos con hijos pequeños, a los que hoy les llamamos Millennials.

Específicamente en el tema del retiro, muchos de los sufridos integrantes de esta generación perdida, hoy somos cuarentones en plenitud laboral, que no sabemos ahorrar, que tenemos hipotecas y empleos menos firmes que se rigen más por los honorarios o los contratos temporales y donde nuestro bienestar económico para la vejez se tambalea entre dos sistemas de pensión diferentes.

Uno de los grandes lastres de este país ha sido el paternalismo. Las prebendas sindicales, las exenciones fiscales, los regímenes especiales. Poder a cambio de poder, impunidad a cambio de impunidad. Todo esto dilapidó al país e hizo los cambios algo difícil de llevar a cabo.

Las perspectivas del cambio poblacional, con menos nacimientos y más viejos, son algo de la década de los 60, pero la actuación en consecuencia fue dejada, forzada, a mitad de los 90.

Las cuentas individuales del SAR evolucionaron a la participación privada de las afores. Pero ese cambio que ya había llegado tarde se ha dejado estático desde su origen, a casi 20 años de su implementación.

Sabemos desde hace muchos años que al ritmo de acumulación de recursos actual, con cuotas obligatorias bajas y ahorro voluntario casi nulo, no alcanzaría el monto para un retiro digno.

Otra vez se discute, pero tengo dudas que esto genere acciones ejecutivas o legislativas.

Y la vapuleada generación perdida se quedó en medio como una generación de transición; esto es, que cotizó en el sistema de beneficio definido y después en el sistema de cuentas individuales.

Hoy se divulga lo que los actuarios saben desde hace mucho tiempo: la generación perdida podría no alcanzar recursos fiscales para optar por el régimen anterior para su jubilación y sus cuentas individuales son muy pequeñas para la edad que ya tienen estos sujetos.

Si este gobierno es responsable (gobierno integrado por sujetos de la generación X) buscarán de inmediato una solución como el prorrateo hacia las cuentas individuales. Pero como se trata de una enorme bomba política, podrían dejarlo pasar para los que vengan más adelante. Como sea, el detonador tiene fecha para la tercera década del siglo.