Aún después del peor terremoto político predecible en las elecciones que vienen para México, la estructura resistiría como para mantener el pago de las deudas, gracias a la autonomía del Banco de México. Esto es lo que dijo la firma calificadora Standard & Poor’s (S&P) respecto a por qué mantendrían la calificación crediticia de la … Continued
Aún después del peor terremoto político predecible en las elecciones que vienen para México, la estructura resistiría como para mantener el pago de las deudas, gracias a la autonomía del Banco de México.
Esto es lo que dijo la firma calificadora Standard & Poor’s (S&P) respecto a por qué mantendrían la calificación crediticia de la deuda pública mexicana en el nivel actual de grado de inversión de “BBB+”.
No hay en ninguna línea de la comunicación de esta firma o en las declaraciones de sus directivos ningún halago, guiño o aval a ningún candidato, mucho menos a Andrés Manuel López Obrador. Nada pues como para que se sientan respaldados por Wall Street, como se les ocurrió decir a algunos.
Al contrario, la posibilidad de su triunfo es utilizada como el superlativo negativo de resistencia de la economía mexicana ante lo que se ha hecho hasta ahora para darle fuerza a sus instituciones, con la autonomía del Banxico, y salud a las finanzas públicas.
Es demasiado mezquino para hacerlo, pero López Obrador realmente debería decir algo así como que “gracias a la mayor estabilidad económica que le dio al país el precandidato priista a la Presidencia, José Antonio Meade, hoy México resistiría hasta mi triunfo”. Pero no, no lo va a decir.
Lo que debe quedar claro es que una cosa es resistir este tipo de impactos y otra diferente es que la economía mexicana pudiera ser resiliente ante una batería de malas decisiones económicas que pudiera asumir la siguiente administración si una mayoría de votantes optaran por el populismo y radicalismo de López Obrador.
Ahí le encargo el tipo de cambio y la Bolsa el día que López anuncie el perdón para los delincuentes o el día que cancele el aeropuerto o anuncie el regreso de los subsidios a las gasolinas.
La economía mexicana será recibida por quien quiera que sea el próximo presidente con altos niveles de resistencia económica y financiera y sin crisis sexenal. Pero lo que ocurra a partir del 1 de diciembre próximo ya será responsabilidad de los que lleguen.
Es verdad que el Banco de México autónomo jugará un papel determinante para controlar variables tan importantes como el circulante o los niveles de tasa de interés.
Es cierto que se antoja difícil que incluso el más radical de los aspirantes pudiera contar con una mayoría en el Congreso, y esa es otra manera de limitar arranques mesiánicos.
Pero hay en manos de un presidente herramientas suficientes como para causar hoyos en la estructura económica nacional que comprometan la flotabilidad de este barco rápidamente.
Ahí tenemos, por ejemplo, a Donald Trump, que no podrá destruir el Obamacare por la intervención del Congreso, pero puede destruir el mundo moviendo su embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Vamos, un personaje de esos que, de que puede, puede.
La institucionalidad de la economía mexicana, que tanto trabajo y crisis han costado durante las últimas décadas, ciertamente es una garantía de un tránsito ordenado entre un gobierno y otro.
Pero no hay blindaje lo suficientemente grueso en el mundo financiero que aguante planteamientos de gasto irresponsable para cumplir con promesas irrealizables.