Es un hecho que una depreciación cambiaria, en términos de comercio exterior, favorece las exportaciones de ese país. Pero también es una realidad que no todos los países del mundo devalúan por su gusto o como una estratagema comercial
Una de las alertas necesarias para cualquier persona interesada en los temas financieros, periodísticos o políticos es que su cuenta personal de Twitter le notifique cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, posteé algo.
Es probable que usted interrumpa una reunión importante o que se despierte de madrugada y lo que se encuentre sea un fotomontaje de Donald Trump con guantes de box y el cuerpo de Rocky Balboa.
Pero también es posible que se entere de una de esas bombas que por la vía de esta red social suele mandar el republicano.
Le aseguro que ayer los más desprevenidos fueron los brasileños y los argentinos que se desayunaron con el tuit de Trump donde restablecía los aranceles a sus exportaciones de acero y aluminio por haber propiciado devaluaciones masivas de sus monedas.
Es un hecho que una depreciación cambiaria, en términos de comercio exterior, favorece las exportaciones de ese país. Pero también es una realidad que no todos los países del mundo devalúan por su gusto o como una estratagema comercial.
Que nadie crea que los argentinos, que son tan celosos del valor de su moneda como los mexicanos y que algún día soñaron con tener una paridad uno a uno con el dólar, son partícipes de devaluar su peso para vender granos a niveles más competitivos.
Lo que hoy sucede con las economías de Argentina y de Brasil, y de muchos otros países latinoamericanos, es que sus malos manejos económicos los han llevado a tener desequilibrios financieros que se amortiguan con sus tipos de cambio.
El peso argentino y el real brasileño se devalúan como muestra de su fracaso económico. Y ahora, además de enfrentar las consecuencias de su desaseo financiero interno, tienen que cargar con los aranceles que les reinstaló Donald Trump a esas importaciones metalúrgicas.
Hay que aprender de esta experiencia porque en el corto entender del presidente de los Estados Unidos, que cree que todo es un complot mundial contra sus exportaciones, cualquier desequilibrio de sus socios lo puede tomar como algo personal.
En el caso de México, seguimos sin tener la ratificación del acuerdo comercial norteamericano, el T-MEC, que brindaría algo de certezas para protegernos de los arranques tuiteros del presidente Trump.
Sin embargo, eso no alcanza. Aun con un acuerdo que él buscó y negoció a su antojo como el T-MEC, México permanecería vulnerable a sus consideraciones de paranoia comercial.
Si en algún momento el gobierno mexicano no cuida la salud de las finanzas públicas y en ese afán de querer gastar excesivamente en sus programas asistencialistas no cuida la salud de sus ingresos y su equilibrio, podría llevar al mercado a reaccionar con una depreciación cambiaria como pivote de compensación.
Y lo que, en el mundo financiero y dentro del país, veríamos como un infortunio financiero seguramente Trump lo podría ver como un intento mexicano de aprovecharse en materia comercial y entonces empeorar nuestras condiciones económicas internas con un solo tuit.
Así que, hasta por eso, vale la pena cuidar la salud de las finanzas públicas.