Hay pocos países que puedan hablar con autoridad en relación con el fracaso y el costo asociado a la política prohibicionista de las drogas radicada en la ONU. Uno de esos países es México, por la sencilla razón de que ha hecho, a su propio costo y bajo su propio riesgo, todo lo que pide … Continued
Hay pocos países que puedan hablar con autoridad en relación con el fracaso y el costo asociado a la política prohibicionista de las drogas radicada en la ONU.
Uno de esos países es México, por la sencilla razón de que ha hecho, a su propio costo y bajo su propio riesgo, todo lo que pide ese absurdo consenso: perseguir las drogas prohibidas a sangre y fuego, reprimir la oferta, contener la demanda, “cooperar internacionalmente” al efecto.
Por desgracia, para su desgracia, México no ha escamoteado esfuerzos, dineros, sangre, sudor ni lágrimas para combatir en su territorio el paso y la producción de las sustancias prohibidas que dice el consenso prohibicionista de la ONU.
Ha ido a todas las batallas y cumplido con todas las reglas, y es el ejemplo vivo más reciente de las consecuencias desastrosas de esa guerra, supuestamente global, de la que es imposible todavía enunciar un bien tangible, algo que pueda presentarse como un logro real, respecto de los objetivos declarados (“un mundo sin drogas”), o respecto de cualquier contribución de peso a un mundo más sano, menos violento, más humano.
Pocos países como México tienen la autoridad moral y la experiencia persecutoria necesarias para hablar con conocimiento de causa en la asamblea de la ONU sobre su carísima cruzada, cada día más absurda e inaceptable para sus ciudadanos.
México podría hacer ahí el recuento de su esfuerzo, mostrar su cementerio inútil y convocar a las naciones a un cambio en la política prohibicionista, reina mundial de los “consecuencias no buscadas”. Vulgo: tiros por la culata.
Pero México ha renunciado a hacerse oír en la ONU por boca de su presidente Enrique Peña Nieto, precisamente al término de la gran consulta nacional convocada por él en la materia.
Terribles cosas habrá recogido el Presidente de esas mesas, o en reacciones secretas a ellas, para haber tomado la decisión de renunciar a elevar la voz de México ante la comunidad de naciones en uno de los asuntos donde México tiene todo que decir, nada que perder como país victimizado ya por esa guerra y todo que ganar como país que ha pagado más costos de los que se puede exigir a nadie.
La renuncia a usar con claridad y valor ese foro empequeñece a México.