¿Por qué a Donald Trump le gusta tanto el T-MEC?
¿Por qué a Donald Trump le gusta tanto el nuevo acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC)?
Realmente los alcances de este nuevo pacto no son tan diferentes del que hoy todavía está vigente. El libre comercio que regula el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no difiere mucho de las reglas que contempla en T-MEC.
Incluso, tiene alcances mayores para liberar el comercio en muchos sectores que simplemente no existían a mediados de los años 90, como el comercio electrónico.
Pero todos lo hemos escuchado. El nuevo acuerdo es hermoso, lo aman los agricultores, los trabajadores y los industriales. Esto dice Trump, a la par que suele complementar la letanía con aquello de que sustituye al peor acuerdo comercial en la historia de Estados Unidos.
Es, claro, la retórica de un populista. Pero es mucho más: el T-MEC es su acuerdo comercial, con sus condiciones y sus reglas, con su carta de presentación de una gran victoria sobre los abusivos vecinos del norte y el sur.
Lo que México pierde con el TLCAN es su condición de socio en igualdad de circunstancias y con el T-MEC queda sometido a los caprichos presidenciales y eventualmente a los designios de futuras administraciones de la Casa Blanca.
Y Trump no se cansa de demostrar esa sumisión mexicana cuando se trata del talón de Aquiles de nuestro país, que es mantener la relación comercial con Estados Unidos.
A principios de septiembre se cumple el plazo de 90 días que impuso el gobierno de Trump para que México controlara los flujos migratorios en sus fronteras, tanto en la sur como en la norte si es que no quería sufrir la aplicación de tarifas a sus exportaciones.
La disciplina con la que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha tomado ese acuerdo habla del tamaño del miedo de sufrir la imposición de aranceles comerciales. Hay nerviosismo en el gobierno mexicano por presentar una ofrenda de resultados que satisfagan a Trump y lo apacigüen en sus intenciones proteccionistas.
México aceptó la condición de que le revisen casi cada tomate, por arriba y por abajo, antes de entrar a Estados Unidos, con tal de no sufrir un freno arancelario a esta tan importante exportación nacional.
Este tipo de actitudes no son propias de un socio, son actitudes alevosas de quien claramente sabe que tiene el control. Ésa es la importancia para Donald Trump de su United States, Mexico and Canada Agreement (USMCA), somete a México a sus condiciones.
Es en buena medida con ese control en la Bolsa que el presidente estadounidense se envalentonó para agudizar su guerra comercial contra China. Sabe que tiene proveedores de muchos productos sustitutos a los chinos al norte y al sur de sus fronteras y sabe de la sumisión de esos mercados, en caso que de eventualmente le empezarán a crecer los enanos.
Para quien tenga dudas de cómo Donald Trump quiere controlar el comercio mexicano, ahí está la cláusula del T-MEC que limita a México a poder negociar un acuerdo de libre comercio con China.
Los negociadores del gobierno anterior y de éste aceptaron que no pueden tener tratos con países que no tengan economías de mercado, vamos, es un eufemismo para no llamar a China por su nombre. ¿Hay algo más intervencionista que eso?
México podría tener beneficios temporales de la guerra comercial de Estados Unidos con China, como proveedor sustituto. Pero siempre será bajo un escenario de subordinación y sólo hasta donde el gobierno de Washington quiera que crezca este proveedor emergente.