El Banco de México no puede aceptar públicamente una cifra superior a su objetivo de 3 por ciento, porque esto implicaría un nuevo piso a la formación de precios El pesimismo con respecto al comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB) mexicano ha tocado fondo y está en un tímido rebote de las expectativas, tanto de … Continued
El Banco de México no puede aceptar públicamente una cifra superior a su objetivo de 3 por ciento, porque esto implicaría un nuevo piso a la formación de precios
El pesimismo con respecto al comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB) mexicano ha tocado fondo y está en un tímido rebote de las expectativas, tanto de los analistas privados como de las instituciones públicas.
Desde el 2012 y hasta ahora la constante había sido la revisión a la baja de la estimación de crecimiento del PIB. Solo la Secretaría de Hacienda se resistía a revisar para abajo su estimación.
Lo hacía justo después de que el Banco de México (Banxico) evidenciaba que se habían quedado solos en la cúspide del optimismo insostenible.
Sin embargo, la buena noticia de estas correcciones al alza en el comportamiento del PIB se contrapone con el deterioro de la inflación y de sus expectativas.
Ahora que vemos que hay más optimismo en cuanto al crecimiento, nos enfrentamos a la presión de la inflación.
Los analistas privados que consulta mensualmente el Banco de México se han subido al barco de la visión menos pesimista del crecimiento del PIB para este año y ya calculan un promedio de 1.97 por ciento, contra 1.66 por ciento de apenas un mes atrás. Es exactamente el punto medio de las bandas anchas de pronóstico tanto de Hacienda como del Banco de México.
Pero al mismo tiempo estiman ya que la inflación estará al cierre de este año más cercana a 6 por ciento que al inamovible y por ahora inalcanzable 3 por ciento del Banxico.
Es un hecho que un pronóstico pesimista del comportamiento económico afecta el estado de ánimo de muchos agentes económicos. Pero no hay duda de que una estimación de una inflación mayor afecta directamente al mismo comportamiento de los precios.
El banco central está en esa disyuntiva de no poder aceptar públicamente alguna cifra superior de inflación para este año, porque eso implica un aval a un nivel mayor y, por lo tanto, pondría un nuevo piso a la formación de precios.
Pero con esta discordancia de la meta con la realidad, anula por completo el papel de faro del banco central. Es como si el Banxico declarara el estado de excepción y dejara de prestar servicios de análisis para meterse de lleno en la guerra contra la inflación.
Hay en la encuesta una estimación adicional que es francamente sorprendente y que habla muy bien del trabajo que ha hecho el secretario de Hacienda, José Antonio Meade. En abril pasado los analistas todavía creían que se presentaría un déficit económico de 2.40 por ciento respecto del PIB. Y ahora, tras el más reciente reporte de finanzas públicas, ya estiman 1.71 por ciento.
Es difícil entender la trascendencia de este cambio en la estabilidad macroeconómica, pero tiene un valor extraordinario que quizá solo pueda ponderarse cuando las firmas calificadoras opten por mantener las calificaciones crediticias de México con todo y el reconocimiento al esfuerzo de consolidación fiscal del gobierno federal.
Eso sí, los problemas de inseguridad pública, los problemas de producción petrolera, la incertidumbre política interna y las presiones inflacionarias siguen siendo a los ojos de los analistas más de la mitad de los problemas que podrían detener el crecimiento de este país.