Leí sorprendido en un legible libro de Johan Hari, Tras el grito (Paidós, 2015), que las exitosas estrategias de los activistas de los estados de Colorado y Washington para legalizar la mariguana recreativa fueron divergentes. En realidad, opuestas. Los de Colorado reunieron las contundentes evidencias médicas sobre la baja toxicidad de la mariguana, desde luego … Continued
Leí sorprendido en un legible libro de Johan Hari, Tras el grito (Paidós, 2015), que las exitosas estrategias de los activistas de los estados de Colorado y Washington para legalizar la mariguana recreativa fueron divergentes. En realidad, opuestas.
Los de Colorado reunieron las contundentes evidencias médicas sobre la baja toxicidad de la mariguana, desde luego menor que la del alcohol, y sostuvieron su campaña en la baja peligrosidad de la yerba para la salud colectiva.
Los de Washington, por el contrario, concedieron a una opinión pública adversa a la yerba, como la mexicana, que ésta podía tener los altos efectos tóxicos que su fama pregona.
Aceptaron, sin conceder, la peligrosidad de la mariguana y centraron su estrategia en convencer a los alarmados.
Con este argumento, precisamente porque puede ser peligrosa, no puede dejarse su uso en la sombra y su tráfico en manos de criminales. Hay que legalizarla para poder regularla y reducir sus potenciales daños. Para hacerla menos peligrosa, hay que legalizarla, sacarla a la luz.
Los argumentos divergentes de Washington y Colorado son pertinentes para el momento mexicano en la materia.
La satanización de la mariguana es muy alta en nuestra opinión pública: la oposición a que se legalice y regule alcanza 70 por ciento.
Esa misma satanización ha impedido en buena medida el debate informado sobre el problema, a partir de lo que puede decirnos la ciencia sobre la toxicidad y el peligro real de la mariguana.
Más allá del debate que nos falta, los espejos divergentes de Washington y Colorado nos dicen algo simple y esencial: si la mariguana no es dañina para la salud, no hay por qué prohibirla. Si es tan dañina como creen muchos, menos aún, pues mantenerla prohibida es dejar un mercado riesgoso para la salud en manos de policías y narcotraficantes.
La lección convergente de ambos argumentos es que en ningún caso hay que dejar el mercado de la mariguana en manos criminales: o porque es una sustancia peligrosa o porque no lo es.
Legalizar y regular las drogas será siempre una política más inteligente que mantenerlas a la sombra en el territorio y en las manos del crimen.