Cuando el coronavirus cambie de letra y deje de ser Ómicron para ser teta, en lugar de cubrebocas usaremos brasieres
El enunciado que encabeza esta columna fue el lema de campaña de quien hoy, a los 100 años de edad, está abajo y atrás. Abajo porque, como es natural, a los 100 años ya no se levanta por su propio pie y atrás de la fila de expresidentes vivos (bueno, unos vivos y otros no tanto, pero todos con dinero). Luis Echeverría Álvarez presidió la República de 1970 a 1976. Llegó a la Primera Magistratura por escalafón ya que antes no había ocupado ningún cargo de elección popular. Inició su carrera política a los 22 años como secretario particular del general Rodolfo Sánchez Taboada, líder nacional priista. Posteriormente fue secretario de Prensa y Propaganda de la agencia de colocaciones más grande del país. Durante 11 años trabajó en la Secretaría de Gobernación donde fue subsecretario de 1958 a 1963; encargado del despacho en 1964 y secretario de 1964 a 1969 cuando fue destapado, con la anuencia y beneplácito de Gustavo Díaz Ordaz, por el dirigente de la Confederación Nacional Campesina (CNC) Augusto Gómez Villanueva. Destape al que se unieron las fuerzas vivas del Partido Revolucionario Institucional, la famosa cargada que fuera parte de los usos y costumbres del viejo PRI; hasta que alguien se robó la letra R y el partido dejó de ser revolucionario y la cargada se convirtió en una sustancia maloliente.
En más de una ocasión, Díaz Ordaz declaró públicamente que haber designado a Echeverría su sucesor había sido el peor error de su vida. Inclusive estuvo a punto de corregir su equivocación después de que don Luis, siendo apenas precandidato, en un acto en la Universidad Nicolaíta de Morelia, pidió un minuto de silencio por los muertos de Tlatelolco lo que causó conmoción en el partido y azoro en el Ejército.
En una entrevista concedida a Jorge G. Castañeda para su libro La Herencia, Echeverría da a entender que no fue para tanto el incidente universitario: “al bajar del estrado un muchacho apellidado Sandoval, de la Juventud Comunista, gritó: ‘Un minuto de silencio’. Yo dije, y lo oyó toda la Universidad: ‘Un minuto de silencio por los estudiantes y los soldados muertos en Tlatelolco’. Pasó el minuto de silencio y seguí mi camino ya con una buena parte de la simpatía universitaria”. Al respecto, en dicha entrevista, deja entrever que entre sus malquerientes y los bienquerientes de los otros precandidatos exageraron el suceso y malinformaron al presidente.
En la misma entrevista, el hombre que hizo que en las fiestas de Los Pinos se brindara con agua de jamaica, dijo que lo acontecido en la universidad michoacana se disipó en dos días; sin embargó, reconoció la posibilidad de que se haya pensado en un cambio de candidato: “no me parece improbable porque es cierto que no les cayó bien en Palacio que yo dijera que había que avanzar, arriba y adelante (…) Decir ‘arriba y adelante’ era mostrar que estábamos estacionados y para mí así había sido el desarrollo estabilizador. Entonces era un problema para el partido no poder manejarme, siendo yo un joven candidato (…) A él (GDO) no le gustó mi campaña —no me estoy justificando—, ni mi administración. Cuando tomé posesión ya no hablé nada con él”.
Uno de los críticos más inteligentes y acertados que tuvo Echeverría y su legado gubernamental, fue el economista, politólogo, sociólogo, historiador y ensayista don Daniel Cosío Villegas (1898-1976) quien en su libro, La sucesión presidencial, escribió: “Echeverría ha rebajado bastante ese poder privado, pero en gran medida desarreglado la economía y creado entre los empresarios primero desconcierto, después desconfianza y al final temor (…) Pocas dudas pueden caber de que el presidente Echeverría cae derecho dentro del comentario genial de Oliver Cromwel: “Jamás un hombre llega tan lejos como cuando no sabe donde va””.
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