¿Quién lo entenderá totalmente? Seguramente su mujer, tal vez sus hijos. Sus fanáticos: admiradores acríticos que no le cuestionan nada
Les pido a las lectoras y a los lectoras que no se confundan. Este texto no es un breviario de lo que hay que hacer para entender ciento por ciento las acciones y expresiones de nuestro presidente. Tampoco es un tutorial —palabra tan de moda— que nos enseñe a poner nuestra mente en un modo —novedoso concepto— en el que se pueda comprender cabalmente palabras y actos del señor licenciado Andrés Manuel López Obrador. No. Si se fijan el encabezado del presente escrito es una frase interrogativa. ¿Cómo entender a López Obrador?
¿Quién lo entenderá totalmente? Seguramente su mujer, tal vez sus hijos. Sus fanáticos: admiradores acríticos que no le cuestionan nada; los incondicionales. El que no está conmigo está contra mi, es el subtexto de las mañaneras. Con López Obrador sucede lo que Alejandro Gómez Arias dijo de José Vasconcelos: no admite admiración a medias, ni partidarios críticos. ¿Lo entenderán del todo sus colaboradores? Lo dudo. Creo que éstos hacen como que le entienden completamente sólo para conservar sus trabajos, pero en su fuero íntimo lo cuestionan. AMLO sigue al pie de la letra el apotegma del filósofo de Güemes: “En política hay que hablar de democracia. Pero la opinión del jefe es mayoría”.
El título y la intención de la columna de hoy surgieron del accionar y el decir de López Obrador en el lapso de una semana. Resumiré hechos y palabras. El pasado 3 de mayo el jefe del poder Ejecutivo, en una ceremonia conducida en lengua maya, celebrada en la comunidad de Tihoscuo, municipio de Carrillo Puerto, Quintana Roo, con la presencia del presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, y ante los medios de comunicación, a nombre del Estado mexicano y también “por convicción propia” pidió perdón al pueblo maya por “los terribles abusos que cometieron particulares y autoridades nacionales y extranjeras en la conquista, durante los tres siglos de dominación colonial y en dos siglos de México independiente”. Ese mismo día pasadas las 10 de la noche en el suroriente de la Ciudad de México, la Línea 12 del Metro, la llamada Línea Dorada, se colapsó con un saldo de 26 muertos y más de 70 heridos. En la mañanera del martes, el presidente de la República, lamentó el accidente, prometió información constante sobre el mismo y mandó “un abrazo fraterno, sincero a los familiares de las víctimas” y manifestó su apoyo a los heridos. El viernes de la misma semana, en la acostumbrada mañanera, un interlocutor le preguntó: “¿Por qué no ha ido a Tláhuac?, ¿por qué no ha visitado los hospitales?” “No es ese mi estilo, eso tiene que ver más con lo espectacular y lo que se hacía antes, no me gusta la hipocresía” —fue su respuesta—. Añadió que esta solidarizándose con las víctimas y que le duele mucho la tragedia. “Pero esto no es de irse a tomar la foto —retomó el tema— eso también al carajo —rudeza innecesaria—, ese estilo demagógico, hipócrita, eso tiene que ver con el conservadurismo”.
Aquí es donde yo preguntó ¿Cómo entender al presidente? Él si puede hacer la petición de perdón, por lo sucedido durante cinco siglos, de manera “espectacular” con chirimías y teponaztlis; copal, limpia y presentaciones en leguaje maya, el cual, tengo la impresión, no domina, pero simula entenderlo. Eso en él está bien, no es hipócrita; no es demagógico. No es tomarse la foto. Hacerse presente en un desastre, es hipócrita y demagógico, cosa de los de antes, los conservadores. ¿Qué le pasa? ¿Por qué compra todas las broncas? ¿Por qué tanta arrogancia? Sentirse dueño de la verdad absoluta, según sé, no es revolucionario. Me siento con derecho de decir lo que hoy escribo porque perdí una amistad y me he llevado más de un insulto por haber votado por él. ¡Ni cómo defenderlo, carajo!
Los últimos dos carajos —este incluido— van por mi cuenta en honor al día de las madres.