Hace un año vivimos la conmoción de la liberación de los precios de las gasolinas. Después de que el gobierno federal había perdido la oportunidad de hacer más tenue este proceso durante el 2016, cuando permitió que el Congreso topara el aumento a tan sólo 3%, no hubo más remedio que cortar las amarras del … Continued
Hace un año vivimos la conmoción de la liberación de los precios de las gasolinas. Después de que el gobierno federal había perdido la oportunidad de hacer más tenue este proceso durante el 2016, cuando permitió que el Congreso topara el aumento a tan sólo 3%, no hubo más remedio que cortar las amarras del único producto que innecesariamente mantenía un precio controlado.
Éste fue un gran cambio estructural, pero como su consecuencia fue un incremento drástico de los precios de las gasolinas, hasta sus promotores han negado la paternidad de esta regularización. Ahora resulta que los panistas, que alguna vez en su historia eran defensores de la libertad de los mercados, ahora en su fase de populistas niegan su respaldo a la reforma energética que contenía la liberación de precios.
Y más allá de los profundos efectos políticos que el conocido popularmente como gasolinazo habrá de traer a los partidos políticos y al país, el principal golpe fue a la inflación del año pasado.
Durante los 12 meses del 2017 los efectos de este incremento, más la depreciación del peso frente al dólar y otros aumentos de precios provocaron que se deterioraran las expectativas inflacionarias y todo en conjunto nos dejaron la fotografía de una inflación anual de 6.77 por ciento.
Este inicio de año ha traído algunos aumentos importantes en los precios de algunos energéticos, como el gas LP y las gasolinas, ahí está la queja de los comerciantes de fuertes aumentos en precio de la electricidad. Pero nada que ver con respecto a lo que pasó hace un año.
Estos aumentos, menores a los del 2017, deben implicar que mañana cuando veamos el reporte del Inegi sobre la inflación de la primera quincena de este mes de enero tengamos una baja en la medición anual.
Es tan fácil como esto: saldrá del cálculo el dato de la primera quincena de enero del año pasado para incorporar al cálculo uno mucho menor de ese mismo lapso, pero de este 2018.
Eso ocurrió el año pasado cuando la inflación anual antes del gasolinazo era de 2.48%, cuando se incorporó a la mezcla estadística la inflación quincenal de 1.51% se disparó hasta 4.78 por ciento.
Ahora que es de esperar una inflación menor a ese disparo en los precios de la primera quincena de enero del año anterior, debe haber una baja estadística de la inflación.
Un efecto en el papel de baja en los precios no es sinónimo de que la inflación baje automáticamente, pero ayuda.
El estado de ánimo, las expectativas de los agentes económicos respecto al comportamiento de los precios, es básico en la formación de precios.
Ya tocará al Banco de México en su próxima reunión de política monetaria reforzar la estrategia antiinflacionaria con un posible endurecimiento de su instrumento principal de control inflacionario que es el costo del dinero. Pero por lo pronto ver una inflación anual por debajo de 6% podría ser de gran ayuda para enfriar los ánimos.
Y de paso para desactivar un argumento electoral, que más allá de que pueda perjudicar a algún candidato, refuerza el ambiente pesimista que hay en torno a la inflación, lo que acaba por cerrar el círculo vicioso de una profecía autocumplida.