En la página 195 de su libro, The Better Angels of our Nature, Steven Pinker ofrece un ejercicio espeluznante. Trae a valor presente el número de muertos de las grandes guerras de la historia y ofrece un ranking de letalidad relativa. El punto de referencia es la Segunda Guerra Mundial, que costó 55 millones de … Continued
En la página 195 de su libro, The Better Angels of our Nature, Steven Pinker ofrece un ejercicio espeluznante. Trae a valor presente el número de muertos de las grandes guerras de la historia y ofrece un ranking de letalidad relativa.
El punto de referencia es la Segunda Guerra Mundial, que costó 55 millones de muertos. Traídas al valor presente, dice Pinker, hay al menos ocho guerras más sangrientas.
1. La ignota Revuelta de Lushan, en la China del siglo VIII, que tuvo 36 millones de muertos, equivalentes, en las proporciones del siglo XX, a 429 millones.
2. Las conquistas mongólicas del siglo XII, que costaron en su momento 40 millones de muertos, equivalentes a 278 millones del siglo XX.
3. El comercio de esclavos hacia el Medio Oriente, siglos VII a XIX, que costó 19 millones de muertos, equivalentes en el siglo XX a 132 millones.
4. La caída de la Dinastía Ming en la China del siglo XVII: 25 millones de muertes, equivalentes en el siglo XX a 112 millones.
5. La Caída de Roma, siglos III a V: 8 millones de muertos, equivalentes en el siglo XX a 105 millones.
6. Las conquistas de Tamerlán, en los siglos XIV y XV, que costaron en su tiempo 17 millones de muertos, equivalentes en el siglo XX a 100 millones.
7. La aniquilación de los indios americanos, siglos XV a XIX, calculada en 20 millones de muertes, equivalentes en el siglo XX a 92 millones.
8. El comercio de esclavos hacia el Atlántico, siglos XV a XIX: 18 millones de muertos, equivalentes a 83 millones del siglo XX.
9. La Segunda Guerra Mundial: 55 millones de muertos. Esta es la última guerra hemoclísmica, cronológicamente hablando, que registra la historia.
Desde entonces el número de muertos en guerras, guerras civiles, guerras étnicas y religiosas, y actos terroristas, no ha hecho sino descender, al tiempo que asciende en todos los órdenes algo parecido a la “paz perpetua” imaginada por Kant, en la que triunfan paso a paso los mejores impulsos de la naturaleza del animal moral y cognitivo que es el hombre: la empatía, el autocontrol, el sentido moral y la razón.