Si algo está subrayado con amarillo es la situación de Pemex. Los precriterios económicos que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público presentó el viernes pasado al Congreso de la Unión, como un primer paso hacia el presupuesto del 2017, no fueron una reacción al cambio en la perspectiva de la calificación crediticia por parte … Continued
Si algo está subrayado con amarillo es la situación de Pemex.
Los precriterios económicos que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público presentó el viernes pasado al Congreso de la Unión, como un primer paso hacia el presupuesto del 2017, no fueron una reacción al cambio en la perspectiva de la calificación crediticia por parte de Moody’s, pero la promesa de regresar a la disciplina fiscal ayuda para tranquilizar a los mercados.
Puede ser que algunos de los funcionarios públicos del sector financiero, y de sus voceros en los medios, sí tengan la intención de mandar un mensaje de calma y de un “no pasa nada” con la tarjeta amarilla que mostró la calificadora a la nota de la deuda soberana mexicana.
Lo que sí fue excesivo fue el intento de pasar toda la responsabilidad a la situación externa y querer que todo pasara como una mala suerte para México por estar en un mundo que tiene turbulencia financiera y poco crecimiento.
Si algo está subrayado con amarillo y se lleva la luz de los reflectores de esta calificadora y de muchos otros analistas del sector financiero es Petróleos Mexicanos.
De hecho, a la par del cambio en la perspectiva de la calificación de la deuda mexicana, se dio una rebaja, ahí sí, de la calificación crediticia de Petróleos Mexicanos (Pemex). Y fue una degradación de dos escalones, con lo que deja a la petrolera mexicana a un solo pasito del nivel de papel basura.
Es cierto que Pemex no es única en el mundo por los problemas financieros que enfrenta en este momento. De hecho, no hay empresa energética que se respete que no presente alguna dificultad derivada del derrumbe del precio de los energéticos.
Pero la empresa productiva del Estado, como reza su eufemística etiqueta, no se preparó para los tiempos de las vacas flacas y su suerte está directamente ligada con las finanzas del país.
Lo que debe Pemex lo debe el Estado y por lo tanto la suerte de esos pasivos es la suerte de las finanzas públicas nacionales, de ahí que Moody’s le pone el ojo a la calificación mexicana.
Esta perspectiva negativa que ahora tiene la calificación de la deuda mexicana pone de manifiesto que el déficit fiscal del país no puede excluir, con fines de maquillaje, las obligaciones de Pemex y la CFE.
Y estamos a la espera de saber cómo es que el gobierno federal habrá de respaldar, rescatar, las finanzas de Pemex para darle la viabilidad que tanto presumen que tiene esa empresa.
Los niveles de deuda pública han tenido aumentos constantes este sexenio y no está claro cómo en el contexto actual de crecimiento económico tan modesto se pueda frenar este aumento y después de iniciar el necesario proceso de corrección.
Es cierto que México tiene las mejores calificaciones de su historia financiera, absolutamente correcto que estamos entre los mejores emergentes, totalmente acertado que mucho tiene que ver el contexto externo.
Pero apuntar a las debilidades internas no es un asunto de tener mala uva, simplemente que es obligatorio poner los acentos y la lupa en aquellos aspectos que eventualmente nos pueden llevar a una crisis financiera.