Como comenté al final de mi columna del martes, la marcha capitalina tuvo unos negritos en el arroz, asistieron personalidades políticas cuyos historiales son indignos de la democracia
La soberbia de los capitalinos es tal que creemos que lo que sucede en el interior del país —todo en México es interior excepto los litorales— o la provincia, como llaman algunos al resto de nuestro territorio, no es digno de tomarse en cuenta o no tiene ninguna importancia. “Fuera de México todo es Cuautitlán”, se decía, despectivamente, antes que este municipio del Estado de México formara parte de la zona conurbada de la metrópoli.
La reflexión anterior surge del propio encabezado con el que bauticé a la columna de hoy. Utilice el sustantivo marcha en singular —y así lo voy a dejar— cuando debí haber escrito marchas porque fueron varias —45 según unos medios, 60 según otros— las celebradas en todo el país. En cuanto a la asistencia a las mismas los observadores no se ponen de acuerdo. Se ha calculado que en toda la República se manifestaron 600,000 personas; de las cuales entre 250,000 y 300,000 lo hicieron en la capital. El presidente López Obrador, el lunes, minimizó el número a 60,000 y al día siguiente dijo que se excedió. El que no se midió fue el encargado del despacho capitalino, Martí Batres, quien mientras su jefa —Claudia Sheinbaum— andaba por Veracruz en funciones propias de su condición de corcholata, el declaraba que a la marcha en la ciudad habían acudido aproximadamente 12,000 ciudadanos. (Iba yo a escribir que se pasó de lanza pero pensándolo bien se quedó corto de lanza).
Como comenté al final de mi columna del martes, la marcha capitalina tuvo unos negritos en el arroz, asistieron personalidades políticas cuyos historiales son indignos de la democracia. Señalé a Elba Esther, a Alito Moreno, a Ulises Ruiz, a Javier Lozano y a Roberto Madrazo. A Vicente Fox no lo mencioné porque su desmesura verbal confirma lo que el Tribunal de la Rota Romana del Vaticano expresó en referencia a un trastorno en sus facultades mentales. Tuiteó: “A López le advierto de una vez, si él pretende aparecer otra vez en 2024, yo me le aparezco, yo le entro también a los chingadazos”.
De estos negritos en el arroz se valió López Obrador para burlarse de los concurrentes a la marcha a los que llamó clasistas y racistas, echando leña al fuego de la polarización. Para su mal, AMLO se aferra a la idea “del que no está conmigo está contra mi”. Si de veras nuestro primer mandatario es de izquierda debería de escuchar y no denostar, reflexionar y rectificar y no empecinarse y descalificar a quienes se atreven a manifestar su disidencia.
En lo particular considero que al INE hay que reformarlo para mejorarlo, pero no hacerlo dependiente del gobierno federal, ni elegir a sus consejeros mediante el voto popular. Hay que adelgazarlo y desburocratizarlo. Hay que acabar con los abundantes honorarios de los consejeros y sus onerosos gastos, así como eliminar o cuando menos disminuir la subvención económica a los partidos políticos. En cuanto a la reforma electoral, pienso que la segunda vuelta en las elecciones presidenciales le daría un giro interesante y benéfico para nuestra democracia.
La marcha dominical dejó la impresión de que existe una franja social que está sacudiéndose la tradicional apatía política y que de manera espontánea se unió en torno a una causa que considera justa. Es una lección para la 4T y su principal dirigente para que bajen el nivel de su soberbia.
En la mañanera del martes pasado López Obrador anunció la probabilidad de enviar una reforma a la ley electoral que no requiere de la aprobación de las dos terceras partes de la Cámara de Diputados. Él lo llamó su plan B y tras comunicarlo soltó una risa que le envidiaría el más temible villano de telenovela.
Punto final
Me apendejé en el cajero bancario y bequé a un niño. Dónde quiera que estés, échale ganas ahijado.
