¿Por qué hay que aceptar que todos aquellos que están en desacuerdo con la visión que quiere imponer Andrés Manuel López Obrador en el país sean descalificados, satanizados y despreciados? Hoy son los medios de comunicación, porque hasta ahora son el único puente entre su mundo y el resto. Quien le da por su lado … Continued
¿Por qué hay que aceptar que todos aquellos que están en desacuerdo con la visión que quiere imponer Andrés Manuel López Obrador en el país sean descalificados, satanizados y despreciados?
Hoy son los medios de comunicación, porque hasta ahora son el único puente entre su mundo y el resto. Quien le da por su lado es un periodista ejemplar, libre, independiente. Quien piensa diferente es parte de la mafia y quien se atreve a cuestionarlo es un calumniador.
La semana pasada, Andrés López se topó con pared y se mostró de cuerpo entero. Acusó a mi compañero José Cárdenas, conductor de Radio Fórmula, de calumniador por preguntar algo que simplemente no le gustó. Y tómalo como quieras, advirtió López a Cárdenas.
Quien después de este episodio ataca al periodista no debe perder de vista que José Cárdenas tiene la responsabilidad de seguir como uno de los noticiarios más escuchados de la radio, mientras que Andrés López aspira a ser presidente de México. Esa gran diferencia debería moderar su temperamento.
No es la primera vez que López Obrador ataca a éste y a otros periodistas. De hecho en la campaña del 2006 (no olvide que lleva 18 años tras la presidencia) mandó al micrófono de un Zócalo lleno, a un actor cómico llamado Jorge Arvizu para atacar a Pepe Cárdenas y otros periodistas. En los días posteriores, simpatizantes del candidato tomaron las puertas de muchos medios de comunicación.
No crea que esa intolerancia está sólo dirigida hacia los periodistas que piensan diferente a López Obrador. La intolerancia está claramente marcada hacia cualquiera que piense diferente a él, sea empresario, ama de casa, analista financiero o campesino. Unos serán parte de la mafia y algunos otros serán ignorantes por no ver su divina verdad.
La intolerancia de Andrés Manuel López Obrador pasa de ser una característica de un personaje con muestras de resentimiento y hasta odio, a ser motivo de alerta para amplios sectores de la sociedad.
Su movimiento no tiene una sola propuesta, no tienen ningún posicionamiento sobre los hechos más relevantes del país o del mundo, porque no busca ciudadanos críticos a quien convencer con argumentos, busca fieles seguidores que entiendan de religión para que sepan que los dogmas no se cuestionan y que él merece la fe.
Hay que decirlo, es tan bueno en lo que hace, es tan carismático y buen encantador de serpientes que ni el Instituto Nacional Electoral se atreve a sancionarlo por sus evidentes actos de campaña. Los periodistas que se atreven a cuestionarlo son víctimas del cyber bullying y una que otra amenaza real. Es capaz de tener ingresos secretos que ni el Servicio de Administración Tributaria conoce.
La descalificación de periodistas, de los adversarios y la intolerancia no son hechos anecdóticos tratándose de un personaje con posibilidades reales de ser elegido como presidente de este país.
Pasarle de largo todo, todo el tiempo es una amenaza ponderada en muchos análisis políticos y financieros pero poco divulgado, en buena medida por el temor real de ser víctima de sus huestes.
Él podrá no hacerlo, pero tiene cómicos a su servicio que lo pueden hacer, así como una amplia gama de seguidores prestos para censurar a quien cuestione a su líder.
Ante la falta de autocontroles, López Obrador necesita encontrar límites en la sociedad.