Si dos tragedias reales no mueven tu corazón, seguramente está muerto, si lo hacen, ayuda y consuela
La reacción inicial ante un desastre natural, una guerra o emergencia es consternarnos, dolernos y movilizarnos para ayudar. Más tarde se pierde el impulso, pero la tragedia y las necesidades siguen ahí, palpitan en el hambre, la sed y los recuerdos de las pérdidas. Si le ponemos cara al dolor conseguimos compadecernos, empatizar y ayudar a quienes lo padecen.
Flotadora va en el viento
la sonrisa amortajada
de su rostro.
¡Qué lamento!
el de la noche cerrada!
¡Ay mi niño marinero,
tan morenito y galán,
tan guapo y tan pinturero,
más puro y bueno que el pan!
(Fragmento de “Elegía del niño marinero” de
Rafael Alberti)
José, de oficio capitán, sabía de tempestades. Cada vez que había tormenta sacaba el barco de la marina y lo anclaba en un lugar protegido en la Bahía de Puerto Marqués, lo había hecho decenas de veces. Escuchó noticias acerca de Otis y creyó que era otra tormenta más, como aquellas que había sorteado. Nadie le avisó que sería un huracán devastador, un monstruo categoría 5. Su hijo Miguel, de 12 años, aprendía el oficio que su padre le enseñaba con dedicación. José, Miguel y otros tres navegantes se fueron a la marina dispuestos a proteger el barco, anclaron en el lugar de siempre. El huracán no fue de los de siempre. Los cinco cuerpos fueron encontrados después de “garrear” y bucear el fondo marino.
Mis alegrías nunca las sabrás, hermanita,
y mi dolor es ése, no te las puedo dar:
vinieron como pájaros a posarse en mi vida,
una palabra dura las haría volar.
Pienso que también ellas me dejarán un día,
que me quedaré solo, como nunca lo estuve.
¡Tú lo sabes, hermana, la soledad me lleva
hacia el fin de la tierra como el viento a las nubes!
(Fragmento de “Hoy, que es el cumpleaños de mi hermana”, en Crepusculario de Pablo Neruda).
María fue junto con su hermana Carolina a cuidar a su abuela durante el huracán Otis.
El viento entró con tal rabia que rompió los vidrios de su casa y salieron como proyectiles.
Pasaron días sin poder comunicarse con ellas ni tener noticias acerca de su paradero, “tranquilos, no hay luz ni red celular, ya se comunicarán” era el consuelo que recibía la familia.
Finalmente las encontraron debajo de los escombros, la abuela había muerto y María, con vidrios incrustados en la nuca, también sin vida, protegía a modo de escudo y en posición fetal a su hermana, quien fue la única sobreviviente.
El amor de María por Carolina protegió a su hermana menor de la muerte.
¿Dirá la esposa de José y madre de Miguel que tuvieron suerte? La madre de María —quien perdió a su hija y a su propia madre— ¿podrá salir del estado de emergencia de su dolor?
Se levantó la declaratoria de emergencia para Acapulco y Coyuca de Benítez, pero no tendrán libertad ni sosiego aquellos que perdieron a sus seres queridos en el rugido del mar, en la furia de los vientos que dispararon proyectiles a diestra y a siniestra, en el recuerdo de los niños.
Si dos tragedias reales no mueven tu corazón, seguramente está muerto, si lo hacen, ayuda y consuela.