Si usted en breve se encuentra en un negocio un letrero que diga: “Disculpe las molestias, nos cambiamos al país de enfrente”, no dude que detrás de eso están las políticas del presidente Donald Trump. Desde México lo que vemos es un ataque por diferentes frentes. Los más sensibles cruzan por el aumento de las […]
Si usted en breve se encuentra en un negocio un letrero que diga: “Disculpe las molestias, nos cambiamos al país de enfrente”, no dude que detrás de eso están las políticas del presidente Donald Trump.
Desde México lo que vemos es un ataque por diferentes frentes. Los más sensibles cruzan por el aumento de las redadas en contra de los migrantes indocumentados y la construcción de lo que el propio presidente estadounidense llama: la gran muralla.
Después hay una enorme atención al tema comercial. Desde la campaña presidencial estadounidense sabemos que la renegociación o cancelación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte es una de las prioridades de Trump.
Ya tiene al ejecutor del libre comercio. Ése es Wilbur Ross, ese millonario de pantuflas que abiertamente detesta los acuerdos comerciales.
En esa materia sabemos que recibiremos el mismo trato agresivo que Trump ha tenido hacia México, denigrando a los del sur y acusando a los mexicanos de abusivos. Es tan predecible el proyecto de imponer trabas al libre comercio que ya desde este país advirtieron las autoridades que tras la primera insinuación de aranceles a los productos mexicanos, en ese instante se acaban las conversaciones.
Es plausible esta postura del gobierno mexicano porque está claro que los de allá también pierden y por el hecho de que las reglas comerciales de la Organización Mundial del Comercio hoy son más que suficientes para sobrellevar esta época de oscuridad.
Hasta ahí los temas más taquilleros de la relación bilateral: muro, migración y el Tratado de Libre Comercio.
Pero lo que realmente puede hacer que los negocios salgan corriendo de México, incluso que inversiones mexicanas o de terceros países pudieran optar por mudarse del otro lado, es la reforma fiscal.
Si las matemáticas no le salen bien, entre todo lo que quiere gastar y lo menos que quiere recibir en materia de impuestos, veremos en el mediano plazo una nueva crisis financiera en ese país.
Pero mientras tanto una reducción del impuesto corporativo del 35 a 15% va a provocar largas filas de entrada a ese mercado. Y si cierra la pinza con aquel impuesto fronterizo, que es como una especie de IVA mexicano, quedaremos como un mercado muy poco atractivo, incluso antes de la renegociación del acuerdo comercial trilateral.
Un paraíso fiscal de ese tamaño en Estados Unidos obligaría a México a tomar medidas. Se me ocurren dos: o construye un muro fronterizo para evitar la salida de capitales o bien entra México en una guerra fiscal para retener y de hecho atraer más capitales.
Lo del muro de retención, más allá de la ironía, implica poner barreras de salida al dinero. Algo poco conveniente para la buena reputación de mercado abierto. Como sea tenemos acuerdos con muchos otros países.
Y la reforma fiscal para bajar impuestos empresariales implicaría compensar con impuestos como los que se aplican al consumo.
El simple hecho de hablar de ello en México en estos momentos es como buscar la llave que abre las puertas de infierno en la antesala de la temporada electoral mexicana.