Una inflación de 5%, como la que registró la economía mexicana al cierre de septiembre pasado, no es aceptable para un país que ha hecho de la disciplina macroeconómica un instrumento de desarrollo. Vamos, no es tampoco un nivel de alarma como para que el Banco de México tome medidas emergentes de endurecimiento de su … Continued
Una inflación de 5%, como la que registró la economía mexicana al cierre de septiembre pasado, no es aceptable para un país que ha hecho de la disciplina macroeconómica un instrumento de desarrollo.
Vamos, no es tampoco un nivel de alarma como para que el Banco de México tome medidas emergentes de endurecimiento de su política monetaria. Pero si está como para que el próximo gobierno federal tenga claro que mantener una inflación baja debe ser una prioridad.
Hay que poner atención a la inflación al productor que al cierre de septiembre marcaba una tasa anual de 6.86%, pero hay que ver que la inflación al consumidor, a la que se le quitan los elementos volátiles, está en un cómodo 3.67 por ciento.
En fin, hay razones para poner atención en el tema, sobre todo cuando los precios de los energéticos presionan de manera tan importante la inflación general, pero las herramientas existentes alcanzan para controlar esas presiones y regresar al objetivo de 3 por ciento.
Son ya tantos años con inflaciones bajas que quizá no muchos se acuerdan de lo que es tener aumentos de los precios de dos dígitos. Y justamente, el no conocer los efectos negativos de la inflación puede hacer que muchos obvien ese gran valor de la economía.
Es indispensable que cualquier política fiscal que pretenda implementar el próximo gobierno parta del hecho de mantener el control inflacionario.
Finalmente, para eso es autónomo el Banco de México, pero mucho ayuda que haya políticas responsables de gasto y endeudamiento por parte del ejecutivo.
En México hoy no podemos imaginar la barbaridad que implica que una economía como la argentina tenga que enfrentar una escandalosa inflación de 20 por ciento. Un aumento de los precios a ese nivel le quita mucho poder de compra a los trabajadores.
Porque es un hecho que, en la carrera entre los salarios y los precios, son los trabajadores los que siempre llevan las de perder.
Argentina tendrá que hacer todo un trabajo de recomposición financiera para equilibrar sus ingresos, sus gastos y su nivel de deuda para recuperar la confianza de los agentes económicos y aspirar a un crecimiento más sano, con menos inflación. Les llevará algunos años, pero si no se salen del camino lo pueden lograr.
Lo que ya se convierte en algo inimaginable es la situación de Venezuela. Los pronósticos económicos que se hacen de ese país son simplemente ilustrativos de una desgracia.
Ya no hay gran diferencia entre la inflación estimada este año de 1’000,000% y la pronosticada para el 2019 de 10’000,000 por ciento. Lo que implican estos números es que el sistema monetario está destruido y que no hay los bienes suficientes para cubrir la demanda interna.
México tendrá que lidiar unos meses más con una inflación arriba de la meta y seguro requerirá de algunos puntos adicionales a la tasa de interés de referencia del banco central. Pero si hay una buena conducción económica, a la vuelta de seis meses se podría regresar al nivel tolerable.
Argentina tiene mucho trabajo que hacer, si reequilibra sus finanzas podría aspirar a una inflación de un dígito estable a la vuelta de unos cinco años.
Pero Venezuela necesita ayuda humanitaria, remplazar la dictadura que le aqueja y reconstruir un país para que en dos generaciones puedan rehacer un sistema económico hoy pulverizado.