Las apariencias engañan y así como hay personajes muy carismáticos que son candidatos presidenciales altamente atractivos y con carisma, la verdad es que garantizarían ser pésimos presidentes por más que prometan la república del amor donde primero estén los pobres. Se presentan como estadistas cuando son viles ambiciosos del poder. Así pasa con algunos activos … Continued
Las apariencias engañan y así como hay personajes muy carismáticos que son candidatos presidenciales altamente atractivos y con carisma, la verdad es que garantizarían ser pésimos presidentes por más que prometan la república del amor donde primero estén los pobres.
Se presentan como estadistas cuando son viles ambiciosos del poder.
Así pasa con algunos activos digitales que se presentan con categoría de monedas, cuando realmente son instrumentos que tienen un valor por consenso de los que participan en su intercambio, pero que no tienen un respaldo y reglas de intercambio de una divisa.
Instrumentos como el bitcoin, el litecoin, el ripple, o el ethereum se han ganado el mote de criptomonedas, cuando deberían ser designados como criptocommodities porque al final un bitcoin se parece más a la soya o al trigo que al dólar o el euro.
Es verdad que como instrumentos de pago electrónico han demostrado una gran versatilidad que no tienen otros instrumentos financieros tradicionales. La velocidad y costos de transacción son mucho más bajos que sortear todo un sistema bancario de controles que hace lenta la reacción transaccional de las divisas.
Pero es precisamente esa facilidad de intercambio la que ha hecho de estos instrumentos digitales la manera ideal de lavar dinero o de comerciar con mercancías ilícitas como armas o drogas.
Hasta ahí hay un reto de regulación que si bien le puede quitar algo de velocidad a los instrumentos pero que se vuelve indispensable sobre todo en estos tiempos donde el crimen organizado ha crecido de forma importante en casi todo el mundo.
El problema principal de la criptomonedas no está en esa anarquía de transacción, sino en enfocar su uso como instrumento de resguardo de valor. Ahorrar en bitcoins, pues, es mala idea.
Cuando se pone a un bitcoin al nivel del dólar de Estados Unidos por ejemplo, se está cometiendo un error de apreciación. La criptomoneda no tiene un banco central detrás que avale su cambio y su valor, no hay una garantía de liberación que dé la certeza de que se puede liquidar y cambiar por otro activo.
Enfocar estos instrumentos digitales desde la perspectiva de una inversión segura y con altísimos rendimientos es lo que hoy la ha llevado a provocar una burbuja que no está lejos de explotar y dejar a varios con pérdidas importantes.
Comprar un bitcoin debería estar a la altura de una apuesta de ruleta, no al nivel de la compra de un bono del tesoro de la Reserva Federal de los Estados Unidos.
Es legal, hay un mercado creciente de entrada, hay manera de seguir el comportamiento en tiempo real de estos instrumentos, pero no hay ninguna garantía.
Se vale apostar por ganancias exuberantes con estas criptomonedas en la medida que haya claridad de la ruleta rusa con la que se juega.
Ya vivimos en los años 80 una burbuja bursátil en la que muchos quedaron reventados al creer que el dinero fácil finalmente era dinero seguro y eso, en esos tiempos y ahora que vivimos en el mundo virtual, sigue siendo falso