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Nuestra espiral de violencia de la última década empieza en el narcotráfico, pero no regresa a él. O no del todo.

A la violencia producida por el tráfico de drogas y su persecución, hay que añadir ahora un mural de crimen organizado más complejo y diverso, más sangriento, más especializado.

La zona más oscura del mural corresponde a la captura de comunidades y ciudades mediante la extorsión y el cobro de piso, cuyas extensiones de dominio son el robo, el despojo, el secuestro, el rapto de mujeres, que alimenta la trata y, desde luego, el homicidio.

Durante algún tiempo, las rentas del narcotráfico fueron inigualables para ningún otro género de crimen. Pero cuando las bandas se expandieron territorialmente, descubrieron que podían ampliar sus ingresos extorsionando las plazas cuya policía controlaban.

Apareció así, amparado en los cárteles del narcotráfico, un negocio que, según su rango de dominio territorial, podía si no igualar acercarse a las ganancias del narco.

Cobrar derecho de piso en un estado completo, como llegó a hacerlo el procurador Veytia de Nayarit, puede ser más rentable que traficar drogas: equivale a establecer por la fuerza una Secretaría de Hacienda criminal que cobra impuestos para su dueño.

Capturar una ciudad y someterla al derecho de piso puede ser mejor negocio que pasar por ella kilos de cocaína para un jefe que está al final de la cadena, y que toma la mayor parte de la ganancia.

Lo mismo puede decirse, si hacemos caso a las cifras, del delito de la ordeña de los ductos de Pemex que, según la empresa, significó en 2016 una pérdida de 21 mil 500 millones de pesos (http://bit.ly/2sGsp5l).

Lo fundamental para ejercer estos otros negocios criminales es tener bandas suficientemente grandes, violentas y bien armadas, que puedan sostener la operación, comprar a la autoridad, atemorizar a la población y matar a los competidores.

Este es el tipo de bandas que solo pudo crear el narcotráfico, pero que ahora imperan en casi todas las regiones del país, ejerciendo otros negocios, separadas muchas veces del negocio principal que les dio vida: la expansión territorial del narco creada por la persecución.

hector.aguilarcamin@milenio.com