Los que culpan a la firma calificadora Fitch Ratings de venir a echar a perder la fiesta de las buenas noticias en México cometen el error de condenar al mensajero. Que las firmas calificadoras se defiendan solas, pero lo que recién hizo Fitch Ratings y previamente Standard & Poor’s fue advertirle a sus clientes que … Continued
Los que culpan a la firma calificadora Fitch Ratings de venir a echar a perder la fiesta de las buenas noticias en México cometen el error de condenar al mensajero.
Que las firmas calificadoras se defiendan solas, pero lo que recién hizo Fitch Ratings y previamente Standard & Poor’s fue advertirle a sus clientes que aprecian algunos peligros que podrían complicar al gobierno mexicano el pago de sus compromisos crediticios.
Las calificaciones crediticias son como la boleta de la escuela, un 10 es para los más cumplidos y un cinco para los reprobados, pero un ocho en Matemáticas no está nada mal para un alumno.
México tiene una calificación crediticia dentro de ese grupo de los mejores calificados. Volviendo al ejemplo de la escuela, nuestro país no estaría en el cuadro de honor o en la escolta de la bandera, pero sí dentro de aquellos que son absolutamente confiables.
Estas calificaciones lo que marcan no son conocimientos, como en la escuela, sino la posibilidad que tiene una entidad de cumplir con sus obligaciones de pago.
No hay ninguna rebaja en la calificación de la deuda soberana de México. Pero lo que sí hay es una advertencia, una perspectiva negativa, sobre los problemas futuros que enfrentará nuestra economía.
Es verdad que el triunfo de Donald Trump le cambió la suerte a México. La amenaza proteccionista no es poca cosa, pero lo que realmente puso en perspectiva negativa a la economía mexicana fue el pésimo manejo fiscal que ha tenido este país durante todo el siglo XXI.
Hay que decirlo con total claridad, el único gobierno federal que en varias generaciones fue totalmente responsable con el manejo financiero de este país fue el de Ernesto Zedillo. Después de pagar la novatada de desatar la crisis que preparó de punta a punta el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, esa administración de finales del siglo pasado se volvió totalmente ortodoxa con el manejo financiero.
Vicente Fox, y su vicepresidente hacendario Francisco Gil, fueron laxos con el flujo de recursos a los estados y municipios que recibieron carretadas de recursos sin control, pero las finanzas lo aguantaron muy bien ante los altos precios del petróleo y el control estricto de Gil Díaz en otras áreas financieras.
Pero la crisis actual se desató desde la gran recesión, que estalló en tiempos de Felipe Calderón. Se abandonó la disciplina que estaba contemplada en la ley y se dio rienda suelta al gasto público.
El gobierno de Peña Nieto hizo del gasto público su modelo de desarrollo, muy al estilo antiguo priista. Estaban convencidos en la actual administración de que el crecimiento económico que tendría el país corregiría rápido ese inicio financiado con deuda.
La historia la conocemos, el petróleo se derrumbó, el mundo no ha crecido lo suficiente y la economía mexicana va de mal en peor con sus expectativas de crecimiento.
Hoy, la deuda con relación al Producto Interno Bruto es un foco amarillo que puede condicionar el buen pago de las deudas. Eso es simplemente lo que ponen sobre la mesa las firmas calificadoras.
