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Me ha puesto a pensar en España el corresponsal de El País Jan Martínez Ahrens, con unas simples, precisas preguntas. Las comparto, junto con mis respuestas:

P. ¿Entiende la parálisis política en España?

Entiendo su lógica partidaria y personalista. Se ha fragmentado el poder y se han enconado los líderes de los fragmentos. Para mí, lo que puede darle a España una estabilidad política de largo plazo es la coalición del PP y el PSOE, pero eso es lo que parece imposible. Así que callo, miro y me pierdo en los pleitos cuerpo a cuerpo de los en otro tiempo admirables políticos españoles.

P. ¿Se ajusta lo que ocurre a su imagen de España?

No, yo he visto a España desde la transición a la democracia como un modelo de inteligencia política colectiva. Ahora veo esa inteligencia fragmentada y peleando, tanto en el ámbito político y partidario como en el autonómico y territorial. Hay un lío institucional también: si el sistema parlamentario español no sirve para construir mayorías gobernantes, entonces ¿para qué sirve? Hay que repensarlo, creo yo, introducirle cláusulas de gobernabilidad. La fragmentación me preocupa porque no la resolverá el electorado. Tendrán que resolverla los políticos rediseñando la gobernabilidad de su sistema fragmentado.

P. ¿Considera que la falta de Gobierno marca el fin de una época?

Es una desdichada novedad. Ojalá no vuelva el principio de una época de gobiernos paralíticos. Me gustaría pensar que los políticos españoles recobrarán su sentido estratégico, lo cual quiere decir, entre otras cosas, su capacidad de pactar con lo que aborrecen.

P. ¿Sería imaginable una situación de este tipo en México o Latinoamérica?

En la fragmentación política, sí. En sus consecuencias gubernativas, un poco menos. En México y Latinoamérica hay regímenes presidenciales. El presidente no necesita tener mayoría absoluta en el Congreso para presidir el gobierno. La enfermedad de México y América Latina es la de presidentes débiles, con minoría en el Congreso y baja aprobación pública. Su problema es político, no constitucional. Aunque el efecto práctico tiende a ser parecido al de España: gobiernos paralizados, sin iniciativa, a la defensiva, cuyos errores cuentan mucho y los aciertos, poco.

hector.aguilarcamin@milenio.com