A menos, claro, que el diseño de la ruptura del cerco venga también de quien lo inventó, por sus propias tortuosas razones
Se diría que la presidenta Sheinbaum tiene la mesa puesta para sacudirse una de las camisas de fuerza que le dejó su antecesor.
Me refiero al cerco de las corcholatas que le fue impuesto mientras recibía su candidatura presidencial. A saber: que las tres corcholatas perdedoras del torneo recibirían altos premios políticos en el siguiente gobierno, en el Congreso y en el gabinete. Así fue.
Las tres corcholatas perdedoras fueron Gerardo Fernández Noroña, quien recibió la presidencia del Senado; Adán Augusto López, quien recibió el liderato de Morena en el Senado, y Ricardo Monreal, líder de Morena en la Cámara de Diputados.
Desde el anuncio del reparto de premios para las corcholatas perdedoras, hubo quien recordó el cerco político que Luis Echeverría le dejó a su sucesor, José López Portillo, poniéndole en posiciones claves, en el Congreso y en el gabinete, a quienes habían sido precandidatos a la Presidencia dentro del PRI.
En particular, a Porfirio Muñoz Ledo, quien aterrizó como secretario de Educación, y a Augusto Gómez Villanueva, quien resultó el líder de la Cámara de Diputados.
López Portillo tardó cosa de un año en deshacerse del cerco y en enviar al ex presidente Echeverría fuera de México, a una remota embajada.
Se diría que la presidenta Claudia Sheinbaum está por sacudirse su propio cerco.
Fernández Noroña deja de ser presidente del Senado.
Adán Augusto López está en el trance de una magna crisis de desprestigio por presunta colusión con el crimen.
Y muy incómodo debe sentirse Ricardo Monreal cuando habla, motu proprio, de que su tiempo político ya pasó y él se concentra en las nuevas generaciones.
Por distintos caminos, por diseño suyo o por azares de la política, la presidenta Sheinbaum tiene a las tres corcholatas de su cerco al borde de la inanición.
Se diría que tiene la mesa puesta para romper el cerco. Lo que no está claro es que quiera romperlo, pues eso la pondría frente al inventor del cerco, a quien tendría que fumigar también, como López Portillo a Echeverría.
A menos, claro, que el diseño de la ruptura del cerco venga también de quien lo inventó, por sus propias tortuosas razones.