Una cosa es que el discurso político engatuse a los ciudadanos y se refleje en un índice de confianza de los consumidores y otra muy diferente es que los que arriesgan su dinero se sientan seguros de invertir bajo ciertas condiciones del gobierno
Una cosa es que el discurso político engatuse a los ciudadanos y se refleje en un índice de confianza de los consumidores y otra muy diferente es que los que arriesgan su dinero se sientan seguros de invertir bajo ciertas condiciones del gobierno.
Uno de los indicadores más importantes que tiene la economía mexicana es el indicador de Inversión Fija Bruta que cada mes publica el Inegi y que permite ver cuánto se gasta en maquinaria y equipo, y en construcción de infraestructura para las actividades productivas.
Su comportamiento permite ver una calca de la situación económica del país, más allá del discurso político triunfalista de cada mañana, y permite adelantar qué viene la para economía.
Es una de esas grandes contradicciones de la 4T. En el discurso el propio Presidente acepta, con cierto pesar, que la inversión pública no es suficiente por sí sola para impulsar el crecimiento y que es necesaria la participación del capital privado.
Y a pesar de que es una verdad de Perogrullo, en el terreno de la realidad hay un evidente desprecio por los empresarios y por lo tanto por su participación en no pocos campos económicos del país.
El rechazo más evidente se da en el terreno de los energéticos, donde incluso violan las leyes con descaro preocupante.
En la realidad, el indicador de Inversión Fija Bruta deja ver la desconfianza de los inversionistas al inicio de este gobierno con las medidas asumidas desde antes del arranque del sexenio, de los efectos de la pandemia y de la lenta recuperación que tendrá la economía mexicana.
Desde antes de iniciar esta administración, desde esos días en que se anunciaba la cancelación de la construcción del aeropuerto de Texcoco, la inversión inició una caída sostenida que sólo fue interrumpida por el derrumbe en la compra de maquinaria y equipo, nacional e importado y en la construcción, que provocó el inicio de la epidemia en México.
México sufrió, como el resto del mundo, la llegada del virus SARS-CoV-2. La diferencia fue que este país manejó muy mal las estrategias sanitaria y económica desde el principio. La ausencia de medidas de autoridad para obligar a la adopción de medidas sanitarias y la ausencia de programas de respaldo a los agentes económicos agravaron la profundidad de la caída.
Los datos de este indicador tras el brutal derrumbe por la pandemia no se parecen a nada que se haya visto antes, pero hay un factor que es fundamental.
Si hay un momento en el que el gobierno debe generar confianza entre los inversionistas privados para que se animen a arriesgar sus capitales, es este. Y desafortunadamente lo que persiste es el mismo discurso gubernamental. Como si nada hubiera sucedido en México con la pandemia.
Nadie puede adelantar si el aumento en los contagios hará del inicio del 2021 uno complicado, no hay manera de saber cuándo quedará vacunada una mayoría de la población. Lo que se podría hacer es respaldar con certeza gubernamental a los que arriesgan sus recursos.
Un nivel bajo de inversión alimenta el círculo vicioso de una actividad económica menos dinámica.