Hay que celebrar la firmeza con que el gobierno de España asumió sus facultades legales para contener la declaración de independencia de Cataluña. Hay que celebrar también la prudencia con que decidió ejercer el hasta ahora inédito artículo 155 de su Constitución. Hay que celebrar, sobre todo, que la pieza central de la intervención sea … Continued
Hay que celebrar la firmeza con que el gobierno de España asumió sus facultades legales para contener la declaración de independencia de Cataluña.
Hay que celebrar también la prudencia con que decidió ejercer el hasta ahora inédito artículo 155 de su Constitución.
Hay que celebrar, sobre todo, que la pieza central de la intervención sea una convocatoria a elecciones en el lapso más corto posible, para el 21 de diciembre venidero.
Esto pone en el centro de la intervención del gobierno español no a los interventores, sino a los ciudadanos de Cataluña que podrán decidir, en elecciones democráticas garantizadas, quién quiere que les gobierne.
No está dicho que perderá esas elecciones la coalición separatista ni que las ganará. Lo que está dicho es que serán los catalanes todos, no solo los independentistas, quienes decidirán la suerte de Cataluña.
La intervención es una medida de fuerza, pero su espíritu y su puerta de salida no son fundamentalmente coercitivos, sino democráticos.
Confieso que no esperaba tanto del gobierno de Rajoy. Ha encontrado una salida democrática, valga la redundancia, para la crisis de la democracia española. Una salida que en ningún caso, creo, será el inmovilismo o la imposición legal del statu quo.
De ganar las elecciones de diciembre la coalición independentista, España toda tendrá que abrirse a la consideración institucional de la separación de Cataluña.
Si gana la coalición no separatista, será inevitable que se abra una renegociación de las relaciones de Cataluña con España, cuyas consecuencias podrían ser una revisión del pacto fundacional de la democracia española: una evolución constitucional.
Una encuesta reciente de Metroscopía revela que 51 por ciento de los habitantes de Cataluña quiere seguir siendo parte de España; 46 por ciento quisiera esto mismo pero con una ampliación de las competencias autonómicas. Un 29 por ciento quiere la independencia a toda costa. Y solo un 19 por ciento quiere que las cosas sigan como están.
Son cifras consistentes con el hecho de que, en el reino de las emociones, 46 por ciento de los habitantes de Cataluña se siente a la vez catalán y español, 19 por ciento solo catalán y 3 por ciento solo español (http://bit.ly/1stpnNy).
Se diría que España está empezando en Cataluña un viaje largo de revisión de su pacto constituyente de 1976, el más afortunado de su historia.