La gran ironía es esta: el aguacate mexicano tiene más presencia en las embajadas que muchos diplomáticos
El petróleo mueve ejércitos, el gas tumba gobiernos, el litio es la nueva fiebre del oro… y el aguacate, bueno, el aguacate puede poner en jaque al Super Bowl. No es exageración: un cierre de importaciones en esas fechas sería una catástrofe nacional en Estados Unidos y un boquete económico de pronóstico reservado en México.
Detrás de cada guacamole no solo hay un antojo: hay comercio internacional, violencia, tala de bosques y hasta seguridad nacional servidos en molcajete.
Según la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), México produce el 30% de los aguacates del planeta. El 80% de esas exportaciones va a Estados Unidos. Solo en 2023 salieron más de 3.3 millones de toneladas, lo que dejó un ingreso de 3,500 millones de dólares. Para ponerlo en perspectiva: la carne de res mexicana, con toda su fama, exporta menos.
El negocio es tan jugoso que la Asociación de Productores y Empacadores de Aguacate de México paga anuncios millonarios cada Super Bowl. En 2022, un spot de 30 segundos costó 7 millones de dólares.
Pero el oro verde, como también se le llama al aguacate, tiene manchas de sangre. Michoacán, líder en producción, vive bajo la violencia de cárteles que cobran cuotas, controlan huertas y disputan rutas. En 2022, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos suspendió temporalmente las importaciones por amenazas a sus inspectores. Dicho sin rodeos: un pistolero local puede frenar el comercio más rápido que cualquier tratado internacional. México inventó el T-MEC versión balazo.
El impacto ambiental tampoco se queda atrás. En ocasiones, para abrir huertas, se talan cientos de hectáreas de bosques en Michoacán y el sur del Estado de México. Lo que en Los Ángeles se presume como “superfood”, en la sierra mexicana es el “súper pretexto” para arrasar con miles de árboles.
Lo que ocurre en una huerta de México repercute en la economía global. Un retraso en la cosecha encarece el aguacate en supermercados de Nueva York y en restaurantes de Chicago. Hasta la inflación culinaria ya se mide en guacamole.
El aguacate demuestra que la globalización no solo se escribe con siglas como OPEP o G7, sino también con sudor de campesinos michoacanos. Y ahí está la paradoja: México puede alimentar al mundo, pero no puede proteger a sus productores.
La gran ironía es esta: el aguacate mexicano tiene más presencia en las embajadas que muchos diplomáticos. Mientras tanto, aquí seguimos discutiendo si el guacamole lleva jitomate o no, como si esa fuera la única disputa que importara. El aguacate ya es embajador global; el Estado, en cambio, todavía necesita pasaporte para entrar a sus propias huertas.
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Los mexicanos no supimos o no pudimos defender al Poder Judicial. A partir del 1 de septiembre entra en funciones el Poder Judicial del Bienestar.
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