Una de las alegrías de nuestro fin de año en Chetumal es la fiesta verbal de los Camín, mis primos maternos, herederos de la lengua cubana, incesante y sin filtro, de su padre, Raúl Camín. La fiesta de los Camín sucede en dos tiempos: Normalmente, la noche siguiente a nuestra llegada nos invitan a la … Continued
Una de las alegrías de nuestro fin de año en Chetumal es la fiesta verbal de los Camín, mis primos maternos, herederos de la lengua cubana, incesante y sin filtro, de su padre, Raúl Camín.
La fiesta de los Camín sucede en dos tiempos:
Normalmente, la noche siguiente a nuestra llegada nos invitan a la acera de su casa a comer unas sabrosísimas tostadas de pollo, queso y salsa picante.
Son las mismas tostadas con las que cada 22 de diciembre los Camín celebran la posada con los habitantes del viejo Chetumal en su cuadra de la calle Othón P. Blanco, que honra el nombre del fundador epónimo del pueblo.
Este año llegaron a su posada cerca de mil personas y comieron más de 3 mil tostadas, que preparan sin desmayo las tranquilas y hospitalarias mujeres de la tribu.
El segundo tiempo de la fiesta sucede el día primero de enero. Está el pueblo crudo y desierto, pero ese día los Camines nos ofrecen en su rancho de Huay Pix, frente a la laguna Milagros, la cochinita pibil que lleva a todas partes el mitológico guisador de lechones y barbacoas de la ciudad, conocido como Caldo de Mono (caldo’emono en la fonética local).
Mientras transcurren las tostadas y hasta que agotamos la cochinita, los Camín despliegan para nosotros el supremo espectáculo de su conversación a varias voces, un desfile de historias locas y verdaderas, cuyo final es una carcajada de los oyentes, y cuyo espíritu narrativo toca los territorios de la épica y la sátira, el carnaval y el esperpento.
La doble fiesta de cada año tiene la gozosa virtud de recordarme mis límites como escritor, pues la realidad verbal que los Camines crean con su elocuencia compartida es inalcanzable para mí, es simplemente superior al escritor que soy o puedo ser.
Cada año, luego de la fiesta de los Camines, pienso en cómo recrear su tour de force narrativo, cómo reflejar por escrito algo de esta elocuencia única que cuenta riendo y funde por igual a los que hablan y a los que oyen en una explosión intermitente de alegría.
Cada año me declaro vencido como escritor ante el festín verbal de los Camines. Este también.