Cuando inició la negociación original del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) a finales de 1991 se dio una batalla entre la prensa que deseaba información y las autoridades que reservaban muchos datos. Fueron negociaciones largas y complejas en las que los reporteros buscábamos algún dato exclusivo que se pudiera obtener de … Continued
Cuando inició la negociación original del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) a finales de 1991 se dio una batalla entre la prensa que deseaba información y las autoridades que reservaban muchos datos.
Fueron negociaciones largas y complejas en las que los reporteros buscábamos algún dato exclusivo que se pudiera obtener de manera adelantada de la agenda de negociaciones.
Había filtraciones intencionales para mandar mensajes negociadores, hubo documentos que se filtraron que realmente sí provocaron estragos en las negociaciones. Vamos, hasta algunos reporteros ponían la oreja en la cerradura de la puerta cerrada de las negociaciones para tratar de captar algo. Y hubo muchos rumores que se dieron por buenos.
Muchos de los experimentados funcionarios que en ese entonces ya tenían un papel preponderante en las negociaciones originales de principios de los años noventa conformarán la delegación mexicana que encabezará la renegociación, empezando por el propio secretario de Comercio, Ildefonso Guajardo.
Y también habrá algunos de los reporteros de aquella vieja guardia cubriendo la información que se genere en este proceso. Otra vez se podrán repetir aquellas escenas de tensión entre el que busca y el que oculta información.
Lo que hay que entender de la renegociación que viene dentro de 15 días es que a diferencia de la buena voluntad de hace un cuarto de siglo, cuando las autoridades de México, Estados Unidos y Canadá se sentaban con gusto y con deseos reales de alcanzar un acuerdo, ahora, estamos frente a un país amenazante que dice que si no obtiene lo que quiere, se va.
Entonces, esa hostilidad que plantea de saque el gobierno de Donald Trump debe ser una señal más que suficiente para que las partes negociadoras sean extremadamente reservadas con sus estrategias.
Pero también, al menos en el caso de la delegación mexicana, los negociadores deben entender que a diferencia de los años noventa la información fluye de formas muy diferentes.
Está claro que velocidad no es precisión y que las noticias que se filtren o inventen a través de redes sociales del proceso renegociador podrían afectar no sólo las pláticas mismas, sino los mercados y el ánimo social.
Por lo tanto, establecer una buena relación de comunicación con el Congreso, con los medios y con la sociedad puede garantizar al gobierno mexicano la formación de un bloque con un interés común frente a una contraparte, básicamente la estadounidense, que resultará estresante y disruptiva.
El peor enemigo de la prudencia informativa durante las renegociaciones del TLCAN seguramente lanzará sus despachos de 140 caracteres desde el baño presidencial de la Casa Blanca y su impacto suele ser devastador.
La comunicación debería ser tan buena que se podría tener la capacidad de reaccionar rápidamente ante una filtración de las contrapartes, ya sea sobre temas muy específicos y sectoriales, hasta una bomba nuclear como el abandono de la mesa negociadora.
En los noventa, los reporteros corríamos al teléfono a dictar o pasar al aire el dato novedoso de la negociación entre tres países deseosos de un acuerdo comercial.
Hoy será mucho más difícil poder competir contra la cuenta de Twitter del presidente Trump, quien gozará sin duda de información exclusiva y privilegiada.
