Las crisis que podemos recordar los mexicanos son la gran recesión de Estados Unidos del 2008, con consecuencias económicas para México en el 2009. La recesión de principios de siglo, tras los atentados terroristas en Estados Unidos del 2001
¿Tiene la actual crisis económica algún punto de comparación con alguna que nos haya tocado vivir antes?
Los mexicanos tenemos, desafortunadamente, amplia experiencia en materia de crisis. Aunque, a decir verdad, las de este siglo habían sido mucho más leves comparadas con las del siglo pasado.
Las crisis que podemos recordar los mexicanos son la gran recesión de Estados Unidos del 2008, con consecuencias económicas para México en el 2009. La recesión de principios de siglo, tras los atentados terroristas en Estados Unidos del 2001.
No son pocos los que recuerdan la crisis financiera mexicana de 1995, aquella que se posicionó en imaginación colectiva como el Error de Diciembre. Y quizá sean menos los que puedan tener recuerdos de las terribles crisis económicas de los 70 y 80.
Esas son nuestras referencias generacionales. Nadie recuerda la gran depresión de hace 90 años. Una crisis muy profunda, similar a esta, pero sin las conexiones globales de hoy.
—¿Qué componentes tiene esta crisis para poder entonces identificar sus efectos?
En primer lugar, es global. Todo el mundo está en una recesión con tintes depresivos. Después, se generó por un hecho fortuito e incontrolable como es una pandemia, por lo tanto, estamos en la fase de depender de cuestiones médico-científicas para frenar el origen de la crisis.
En lo interno, la crisis económico-sanitaria llega a México cuando la economía ya enfrentaba un debilitamiento importante y con la realidad de un gobierno con una impericia evidente para manejar las circunstancias.
Pero, al mismo tiempo, llega la crisis actual con un sistema financiero relativamente sano. Tanto en las cuentas públicas como en las carteras privadas.
La banca tiene solidez, la salud de las carteras crediticias era aceptablemente buena y las autoridades regulatorias junto con las propias instituciones bancarias habían cuidado los niveles de capitalización.
Pero la caída en la que estamos es profunda, no se parece a nada por lo que hayamos atravesado antes. Si el SARS-CoV-2 desapareciera hoy, la recuperación sería lenta. Pero como persiste el Covid-19 no sabemos realmente cuándo se podría reencontrar el camino del crecimiento.
Las empresas cerradas, los trabajadores sin empleo y hasta los gobiernos con baja recaudación, son candidatos naturales al incumplimiento de pagos.
Hoy existe una contención artificial del problema crediticio por los programas de suspensión provisional de los servicios de las deudas. Pero en el momento en que terminen esos programas y muchos deudores sean requeridos, vendrán en cascada los incumplimientos y con ello el aumento en los registros de cartera vencida.
Las instituciones otorgantes de préstamos pondrán a prueba la capacidad de sus reservas, regresarán los métodos extremos de cobro de los pasivos, los embargos y las reestructuras. Habrá una nueva generación de sujetos no aptos para el crédito en por lo menos una década.
Al mismo tiempo los bancos enfrentarán el desequilibrio entre los que reclaman sus ahorros, sean voluntarios o para el retiro, y aquellos que no paguen sus créditos. Será un reto para el sistema bancario.
Eso será tema hacia la parte final de este año. Pero hay que prever que eventualmente esta crisis, desconocida por su dimensión, alcanzará también al sistema financiero.