En el ambiente de la gran política mundial la palabra maldita es “la bomba”. Todos están seguros de que Irán tiene por lo menos media docena de esas ojivas nucleares
Desde hace catorce años, cuando la puso en funcionamiento en Bersheba, Israel confió en la llamada “cúpula de acero” –Iron Dome– para su defensa de cohetes de corto alcance, lanzados de entre cuatro y setenta kilómetros que entonces comenzaban a llegar desde la vecina franja de Gaza. Hoy el sistema es orgullo de la defensa israelí y puede reventar cohetes enviados desde una distancia seis veces mayor, protegiendo los mayores centros urbanos y militares del país.
Se trata de una semiesfera que detecta y destruye los artefactos explosivos antes de que toquen tierra. Es una reproducción del sistema norteamericano Golden Dome, de todas las confianzas del gobierno norteamericano.
La guerra actual contra Irán ha demostrado que el domo no es infalible. Las armas iraníes han llegado a Tel Aviv y Jerusalén, para inquietud y daños de la población de Israel.
Algo debe de andar mal para que un conflicto entre naciones se tenga que ver con la óptica de las armas utilizadas y no por el avance de los mecanismos de la diplomacia y la política. Pero así es, lamentablemente.
El mundo, y particularmente Israel y el gobierno de Netanyahu, han estado impacientemente esperando la respuesta político-militar de los Estados Unidos. En el ambiente de la gran política mundial la palabra maldita es “la bomba”. Todos están seguros de que Irán tiene por lo menos media docena de esas ojivas nucleares. Y nadie que tenga esas armas, sean Rusia, China, la India o los Estados Unidos quiere ser el primero en usarlas.
Los que estamos fuera de ese club, menos queremos que las usen.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): Ahora resulta que no solamente se pretende cambiar de nombre al Golfo de México: hay que convertirlo en el basurero espacial de América para SpaceX, la empresa balística del señor Musk, el hombre más rico del mundo.
El asunto es que la plataforma de lanzamiento para los cohetes espaciales de Elon Musk se ubica a diez kilómetros de Playa Bagdad, que es el barrio pobre tamaulipeco de South Padre Island, la playa de los regios que pueden. Es el Baikonur de Occidente, y el Cabo Cañaveral de nuestra parte del mundo. La elección no es fortuita y en el Viaje a la Luna Julio Verne ya lo había previsto: esta es la zona para los más exitosos lanzamientos al espacio, con cualquier motivo.
Pero como dice la primera ley de Newton, todo lo que sube tiene que bajar. Y cuando los cohetes que despegan de lo que antes se llamaba Boca Chica Bay, Texas, y ahora se llama Starbase, Texas, descubren que algo les falla, generalmente explotan y sus despojos caen al Golfo de México o, de plano, a las arenas de Playa Bagdad.
Esa basura no es inocua: puede incluir piezas de químicos peligrosos, como el fósforo, u otras sustancias que se usan para viajar a la luna y puntos intermedios. Eso no solamente contamina las aguas y el aire de Tamaulipas, también pone en peligro la vida marina y humana.
Alguien debiera tomar nota de ello; por ejemplo, don Américo Villarreal, el gobernador del estado.