En México, los gobiernos cambian, pero los pretextos se heredan. Cada administración parece aprender más rápido a justificar sus errores que a corregirlos
En México, los gobiernos cambian, pero los pretextos se heredan. Cada administración parece aprender más rápido a justificar sus errores que a corregirlos. Si algo no funciona, se culpa al pasado; si algo falla, es culpa del presupuesto, del clima o de “los de antes”.
Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en su Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental 2023, el 88 % de los mexicanos considera que los gobernantes “buscan excusas antes que soluciones”. No es una cifra menor: refleja una cultura política que vive de narrar culpables, no de asumir responsabilidades.
El problema es que, mientras los gobiernos se enredan en discursos de justificación, los problemas se vuelven crónicos. Lo vemos en salud, en educación, en seguridad y en infraestructura. Por ejemplo, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) reportó en su informe 2024 que casi la mitad de los proyectos de inversión federal presentan retrasos atribuibles a la “falta de planeación y coordinación interinstitucional”, un eufemismo elegante para decir que nadie se hace responsable.
Decía Octavio Paz: “El mexicano sospecha del poder y el poder sospecha del mexicano.” Esa desconfianza mutua se alimenta justamente de los pretextos. El ciudadano siente que lo engañan; el gobierno siente que no lo entienden. Y entre esa niebla, el país sigue detenido.
La política mexicana ha convertido el arte de gobernar en el arte de explicar por qué no se gobierna. Durante la pandemia, durante las lluvias, durante los apagones o la inflación, las respuestas fueron las mismas: “heredamos el problema”, “no hay recursos”, “fue culpa de administraciones pasadas.”
Pero, como diría José Ingenieros, “la mediocridad se excusa; la excelencia se responsabiliza.”
Aquí una pregunta para que pongamos el desorden: ¿cuántos gobernantes en México realmente se responsabilizan de algo?
El discurso del pretexto es cómodo, pero costoso. Nos cuesta hospitales que no se terminan, carreteras que se caen, escuelas sin mantenimiento y una ciudadanía cada vez más escéptica. En un país donde los políticos se justifican más de lo que rinden cuentas, la rendición de cuentas termina siendo otro pretexto.
Decía un viejo político que “el éxito en el poder depende de tener a quién culpar.” Quizá por eso seguimos buscando culpables en lugar de soluciones.
Y mientras tanto, el tiempo se nos va en explicaciones.
Porque en México, entre los pretextos y las promesas, se nos va el sexenio.
EN EL TINTERO
Antes de despedirme, por hoy, quiero agradecer a don Joaquín López-Dóriga y a su equipo por el espacio que me brindan, desde hace tres años, para exponer mis desordenadas ideas. Muchas gracias.
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