Ante la vacua espotiza preelectoral, los ajustes a la baja, la violencia y la demagogia rampantes, confortan espacios como el que se abrió ayer para celebrar a Fernando del Paso. Exultante, María Luisa La China Mendoza me regaló un ejemplar de la primera edición (Joaquín Mortiz, 1977) de Palinuro de México. “¡Es una maravilla, compadre…!”. … Continued
Ante la vacua espotiza preelectoral, los ajustes a la baja, la violencia y la demagogia rampantes, confortan espacios como el que se abrió ayer para celebrar a Fernando del Paso.
Exultante, María Luisa La China Mendoza me regaló un ejemplar de la primera edición (Joaquín Mortiz, 1977) de Palinuro de México. “¡Es una maravilla, compadre…!”.
“Léelo”, me azuzó Vicente Leñero. “Es literatura a la altura del arte”, y me contó que Juan José Arreola, después de leer el original de José Trigo (la primera novela de Fernando), decía que desde Sor Juana México no había tenido un escritor con la altura de Del Paso.
Bastaron las primeras líneas para devorarlo con la avidez que solo había experimentado con Cien años de soledad (leyéndolo hasta en los estribos de los autobuses urbanos).
Palinuro de México es la obra mayor de Del Paso en que se aprende, entre muchas imaginativas lecciones, que se puede hacer el amor de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando, o que le hacemos al loco en el pabellón de los sanos del hospital de la vida…